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El feminicidio de Aylin, estudiante de la Facultad de Psicología de la UAEM asesinada apenas horas después de que fue reportada desaparecida por sus familiares y compañeros no sólo provocó la indignación de la comunidad universitaria, colectivas feministas y la sociedad; también tendría que llevarnos a un espacio de reflexión y acción para evitar que las mujeres morelenses sigan siendo agredidas.

Desde el año pasado, Morelos ocupa el triste primer lugar en incidencia de feminicidio de acuerdo con los datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública. Oficialmente, la Fiscalía de Morelos, que hasta mediados de febrero tuvo a otro titular, reconocía 6 feminicidios en el primer bimestre del año; pero también clasificó el asesinato de 12 mujeres como homicidios dolosos. Es decir, por lo menos 18 mujeres fueron asesinadas en enero y febrero del 2025.

Además, 21 mujeres fueron víctimas de homicidios culposos; 60 de lesiones dolosas; 237 de lesiones culposas; 882 denunciaron violencia familiar y 70 acusaron ser víctimas de violaciones simples o equiparadas. El estado sigue siendo un lugar de enorme riesgo para las mujeres que son víctimas, principalmente, de gente que las conocía, con quienes tenían algún tipo de relación que suponía confianza.

Por eso no está demás releer el comunicado que la Secretaría de las Mujeres del gobierno estatal emitió frente al feminicidio de Aylin, aunque ampliando el alcance a todos los feminicidios ocurridos en el estado.

“Estos hechos nos reafirman la urgencia de seguir trabajando en la transformación de las condiciones sociales, culturales y estructurales que permiten la reproducción de la violencia de género. Particular preocupación genera la persistencia de relaciones marcadas por el control, la posesión y los estereotipos que, bajo la idea del amor romántico, encubren dinámicas de desigualdad y dependencia”, expone el comunicado advirtiendo que la prevención de la violencia feminicida implica “intervenir desde la raíz”.

Un escenario así supone que el cambio, al tratarse de un asunto cultural, puede llevar mucho más tiempo del que podríamos permitirnos. La urgencia de frenar la violencia tendría que aparejar otras medidas que deben darse con el trabajo conjunto de la sociedad y el gobierno; pero también con el freno a la impunidad de todos los casos de violencia contra las mujeres, tarea de la Fiscalía General y de los tribunales.

La cantidad de agresores que andan libres por las calles, o que repiten conductas violentas todos los días en los hogares, funciona como un aliciente a la repetición y escalada de conductas, porque también inhibe la denuncia de las víctimas de actos de violencia no letal. La tolerancia a los hechos de agresión facilita el aumento en los índices de agresiones contra las mujeres, no sólo en cantidad, sino en intensidad.

Junto al cambio cultural que debemos promover todos en las calles, las escuelas, pero sobre todo en casa, las instituciones deben trabajar mucho junto a la sociedad en esquemas de prevención para construir un Morelos donde nacer mujer deje de ser un riesgo.

La Jornada Morelos