Todo el mundo lo sabe: la educación y la justicia son pilares del desarrollo. No se puede pensar en una sociedad civilizada y medianamente progresista sin esos dos elementos, tan esenciales para la sociedad que ningún discurso político puede obviarlos, por más trillados que sean.
Y no es por abusar de los lugares comunes, es simplemente una realidad elemental decir que sin educación estaremos limitados a lo que otros nos quieran dar y que el desarrollo estatal estará a expensas de “importar” a quienes sepan hacer las cosas y, sin justicia, estamos condenados a la inseguridad y la violencia.
Por eso es que llama la atención que en áreas de tal importancia haya individuos que se quieran sentir como señores feudales con poder de decisión incluso sobre el sentido común y que busquen rodearse de incondicionales que estén dispuestos a entregar su experiencia, conocimientos y hasta trayectoria profesional por mantenerse en las predilecciones del amo en turno; porque en los feudos se requiere algunos personajes adicionales, además del señor feudal.
En el Tribunal Superior de Justicia, el Magistrado Presidente ha sabido rodearse de individuos que saben que sin él no son nada y que le consienten y hasta se benefician con las transgresiones que tiene a bien perpetrar su titular, este es un hecho por todos bien sabido.
Ahora resulta doloroso y preocupante constatar que en el Colegio de Morelos ocurre algo parecido. Su rector, Juan de Dios González Ibarra, de acuerdo a los testimonios que se nos han hecho llegar, está más preocupado por conservar a como dé lugar su virreinato que en atender el nivel académico de una institución que parece ir en sentido contrario con respecto a sus similares.
Lejos quedó el anhelo de contar con una institución que atendiera con conocimiento de causa los problemas de la entidad a la que se debe y se ha llegado al extremo de obligar a sus alumnos a recursar materias solo para que vuelvan a pagar los derechos y desmantelar laboratorios académicos para dotar de equipo de cómputo a sus secretarias; de rehusarse a modernizar la infraestructura del Colegio para esconder el dinero que se contaba para eso y, desde luego, querer figurar como coautor en trabajos de otros. Todos pecados capitales para académicos de verdad.
De acuerdo a los testimonios de personas que han estado y que están en el Colegio de Morelos, estamos frente a otro intento de feudo de esos que no tienen más futuro que algunas quincenas pues sus “logros” saltan a la vista y, con el tiempo, solo se ganan el descrédito de la institución y de los funcionarios que permitieron que su institución se hundiera en el fango.
Afortunadamente todos estos intentos, a pesar de que parezcan prevalecer un tiempo, terminan por descubrirse y eliminarse por el hecho de que, aunque sus titulares lleguen a pensar lo contrario, no se mandan solas y dependen del dinero público.
Cuando se haga un corte de caja en el estado y se comparen costos con logros y compromisos, será evidente que hay instituciones enteras que necesitan sanearse y habría que empezar por aquellas cuyas responsabilidades están atadas necesariamente con el desarrollo estatal y con el de su sociedad. Ni México ni Morelos se pueden dar el lujo de tolerar más tiempo este tipo de fenómenos, verdaderas rémoras sociales, cuando deberían ser orgullosos motores del progreso morelense.