loader image

 

Desde el siglo las postrimerías del siglo XIX cuando el primer experimento de cine se presentó en Europa, empezó a gestarse en la humanidad una revolución cognitiva que, lenta en su inicio se fue apoderando de las formas de percibir, aprender y recrear el mundo a través, primero de la pantalla de plata y que, pasando por la abundancia de los dispositivos visuales, nos convirtió en dependientes de ellos.

Ya McLuhan había advertido desde 1964 del impacto de las tecnologías en la percepción y cognición humanas, así que no hay lugar para pensamientos apocalípticos. La humanidad se ha adaptado junto con las sociedades que construye para habitar en las pantallas con toda naturalidad y hoy parece rupestre la crítica de quienes exigen a los usuarios de los miles de millones de pantallas en el mundo, dejar el frame para percibir la realidad al natural, algo que también se hace, a menudo luego de fotografiarlo o videograbarlo y, por supuesto, compartirlo.

Lo que parecen haber perdido de vista los apocalípticos es todo lo que la tecnología de las pantallas ha permitido en materia de creación, ya sea como forma de estimulación para las artes, o como medio mismo de transmisión de experiencias estéticas extraordinarias. Las más obvias expresiones de arte en pantalla son, por supuesto, el buen cine y la gran televisión, que han propuesto lenguajes y formatos a los que muchas realidades, como la política, han debido adaptarse; pero hay muchas otras, como la fotografía digital, los cortos, las animaciones y, por supuesto, muchos videojuegos.

Por supuesto que en la mente romántica queda siempre la nostalgia de que la vida no volverá a ser como era antes, por ejemplo, en aquellos tiempos de las novelas por entregas que al encuadernarse completas resultaban en tomos de mayúsculas proporciones. Pero esa nostalgia resulta también un tanto falaz, las novelas por entregas sólo cambiaron de medio y se fueron a plataformas de streaming algunas y otras a sagas cinematográficas preconcebidas como largas series gracias a las que ahora tenemos términos como spinoff, que lo mismo opera para los filmes que para la gran televisión.

El arte no se ha diluido ni “acorrientado”, como algunos plantearían, porque la necesidad humana de experiencias estéticas sublimes sigue existiendo y cumpliendo su misión casi espiritual de volvernos mejores seres humanos. En todo caso ha cambiado de medios de expresión, se vuelto algo popular y multidisciplinario. Más nos vale entenderlos para que los nuevos engranajes culturales (aunque a muchos moleste la expresión) no nos dejen fuera.

La nueva alfabetización, la digital, debe incluir las formas de arte para ser completa. Los insumos existen, en México se hace gran cine, extraordinaria fotografía, animaciones de una calidad envidiable y videojuegos dignos de ser llamados una nueva forma de arte. Está visto que la digitalización y la vida en pantalla no son una moda, sino la evolución natural de nuestra forma de vida, entenderlo puede ser el primer paso para empezar a disfrutarlo, nuestra experiencia como lectores confabulados depende totalmente de esa comprensión mínima.

En México, dos de los más dignos exponentes de esta nueva realidad artística en las pantallas son Armando Casas y Roberto Fiesco, quienes nos regalaron una parte de su experiencia y tiempo en las entrevistas que publicamos en nuestro número de este domingo. A ambos, gracias por la charla y el arte.