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Las instituciones son producto de las sociedades en donde nacen. Desde hace mucho tiempo nos dimos cuenta de que es mucho mejor contar con ese tipo de seres que son eternos por naturaleza, inflexibles por ley y desinteresados para nuestra conveniencia, pues logran organizar a múltiples individuos con diversos intereses, para que todos avancen en la misma dirección y a favor del beneficio compartido.

En las instituciones educativas, académicas y científicas es en donde residen los sueños y los anhelos de la humanidad, son los catalejos del futuro humano que ayudan a atisbar un mejor futuro y a distinguir la mejor vía para llegar a él. A diferencia de otras instituciones, éstas viven en el futuro.

Si es deplorable que las instituciones defrauden a la mayoría por que son usadas a favor de los intereses de un grupo, viciar de esta manera una institución académica vulnera el futuro de la comunidad que, esperanzada en sus futuros logros y resultados, está dispuesta a invertir los recursos que muy bien le servirían en su presente.

Este tipo de instituciones -educativas, académicas y científicas- son constantemente golpeadas presupuestalmente porque su utilidad social no suele verse de un día para el otro y hasta algunos llegan a pensar que están de adorno o simplemente sirven para mantener a una tribu de buenos para nada. Pero lo peor es que haya algunos que, ostentando la responsabilidad de esas mismas instituciones y “trabajando” en sus senos, piensen lo mismo.

Al adulterar una institución educativa, académica o científica anteponiendo los intereses, ya no de grupo o políticos, sino los personales y de un círculo de amigos, se da la razón a aquellos que piensan que sería mejor desaparecer esos intentos sociales por ser mejores: que el conocimiento, la ciencia, la tecnología y hasta el arte son ajenas a nuestras sociedades que deberían sentirse satisfechas con lamer de vez en cuando la yunta a la que están condenadas de por vida porque todo lo demás ya nos llegará de afuera, que es en donde sí saben cómo vivir.

Afortunadamente para México y Morelos, tenemos instituciones de este tipo que son un paradigma del ansia de progreso de la mayoría de los mexicanos y que perviven gracias a su esfuerzo y a pesar de los embates que constantemente reciben incluso desde su interior.

El caso del Colegio de Morelos, cuyo antecedente fue producto de mentes libertarias y progresistas y que poco a poco fue decayendo hasta llegar a ser el coto de algunos a costa de abandonar sus ideales y utilidades públicas, debe ser un ejemplo de lo que le puede ocurrir a las instituciones si no se les cuida como es debido, si se aletargan sus criterios internos, se olvida su supervisión y guardan silencio los testigos internos de la debacle.

En los últimos días, La Jornada Morelos ha publicado una serie de testimonios de algunos de aquellos que decidieron hacer algo por la institución a la que alguna vez soñaron pertenecer. La evidencia que nos han mostrado es demoledora y convincente por ser de primera mano, algunos de ellos fueron separados de sus cargos de manera arbitraria e ilegal y otros permanecen en activo pero prefirieron reservarse sus nombres por seguridad, a tal grado llegaron las amenazas al interior del COLMOR.

Hoy teníamos programado publicar la tercera parte de los testimonios de entre aquellos que nos parecieron más relevantes por la luz que arrojan sobre tal situación; esta tercera testimonial coincide con la noticia de que el rector del COLMOR renunció a su cargo.

Lo anterior no significa que deba haber impunidad, ni para el exrector ni para los funcionarios que ayudaron a desacreditar a la institución a la que se debían, todos aquellos que confundieron la lealtad personal con la lealtad institucional, cuyo valor superior se explica en los párrafos de arriba.

También la reconstrucción y la redignificación, el volverse hacer respetar y estar a la altura de sus pares, le llevarán su tiempo al COLMOR, pero, como cuando se recorrerán largos caminos, lo mejor es comenzar cuanto antes.