Probablemente inspirados por los calificativos de las legislaturas salientes como “la peor de la historia”, las diputaciones morelenses han resultado bastante poco eficientes, inteligentes o siquiera dignas de la ciudadanía a la que suponen representar y a final de cuentas, servir.
Desde antes de que iniciara el siglo la irresoluta disputa por el poder y el necesario reordenamiento del gobierno, han marcado la gestión legislativa con reformas para redefinir los poderes públicos y sus alcances, o para trampear a los adversarios políticos. Embelesada por sí misma, la clase política en general y los diputados en particular, se han dedicado a legislar básicamente para sí mismos ya sea facilitando o dificultando la acción del Ejecutivo. Ese ensimismamiento explica, sin duda, la lejanía que tiene con la sociedad el poder que debería ser el más cercano a la gente.
En sus postrimerías, la LV Legislatura hizo el intento por evitar el mote reiterado de “la peor de la historia”. En solo dos sesiones intentó resolver el rezago legislativo de meses, tal vez años, y aprobó casi una treintena de reformas que, por supuesto, no han sido publicadas en el periódico oficial Tierra y Libertad, administrado por un Ejecutivo opuesto a la mayoría Legislativa.
Pese a que la mayor parte de los ordenamientos aprobados serían de amplio beneficio para las mujeres, las adolescencias y la niñez morelense, queda el reclamo de la tardanza de una legislatura que se dedicó mucho más a su conflicto con la administración del muy criticable Cuauhtémoc Blanco, que al beneficio de los ciudadanos que los eligieron. Probablemente por ello, pocos de quienes integraron la casi extinta legislatura mantendrán viva su carrera y aspiraciones políticas.
Quedará, eso sí, la duda de lo que pudo ocurrir si hubieran aprobado esa treintena de ordenamientos, cuantos casos de violencia instrumental, simbólica, institucional, contra la niñez y adolescencia y contra las mujeres pudieran haberse evitado.
Las experiencias, las muchas terribles y las menos positivas de la LV Legislatura tendrían que ser estudiadas a fondo por los diputados que desde mañana ocuparán sus curules para integrar la LVI Legislatura. Cada tropiezo de los diputados salientes (y de quienes se reeligieron, que también tuvieron algunos) deberá ser bien revisado para no cometer los mismos errores, para reorientar el trabajo del Congreso hacia donde lo necesitan sus representados.
Guste o no, el mandato de las urnas prefigura lo que los morelenses quieren de la política, una funcionalidad parcialmente acotada para evitar abusos, pero suficiente para que la administración pública, la representación popular y el poder judicial, marchen por mejores derroteros y honrando sus funciones constitucionales para bien de la gente, a la que tanto debe la política.
La historia dirá si la LV Legislatura fue la peor, pero el adjetivo no basta para corregir las deficiencias, hace falta un análisis más profundo y es hora de hacerlo.