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La larga tradición histórica del territorio que hoy es el estado de Morelos en las gestas de construcción de la nación hace de la entidad un lugar imperdible para que residentes y visitantes se empapen de la historia en casi cada rincón. La peligrosa actitud de dar por hecho la construcción del México moderno desde la época prehispánica hasta lo que ocurre en el pasado reciente, tiene el riesgo de no permitir apreciar el terruño en que estamos asentados e impedir el amor por lo nuestro.

Los elementos que nos dan identidad a los nativos y residentes de un estado privilegiado por su ubicación, clima, historia y tradición, son tan vastos que tendríamos para maravillarnos cada día de nuestras vidas; porque la construcción de la identidad morelense ha sido mucho más compleja que sus pequeñas manifestaciones: el remate idiomático “sí pues”; el sabor de los acorazados, la cecina, el mole de pepita, los tamales de bagre y otras joyas de la gastronomía; el hablar cantadito; el amor por la tierra.

El fervor patrio que empieza a notarse en cada espacio del estado, en los festejos previos a la noche del Grito de Independencia; las banderas y papel picado en verde, blanco y rojo; los motivos patrios en las escuelas y fachadas de algunas casas; la proliferación de banderas; hablan de un espíritu patrio que a muchos parecería hechizo, ornamental, pero que entraña componentes que difícilmente habrán sido estudiados con la seriedad que requieren para reconocerse como parte de la identidad nacional, de lo que consideramos como nuestro.

Compartir la mesa con amigos con alimentos tan difíciles de digerir que obligan a largas sobremesas en las que se dialoga de todo y nada; el uso del tequila, el mezcal y otros aguardientes como digestivos pero también como lubricantes sociales; la canción ranchera que, por su carácter casi de ritual sacro no puede escucharse todo el tiempo, sino en temporada septembrina en que el Son de la Negra es más recurrente que cualquiera otra tonada (incluidas las mentadas de madre con el claxon en el tránsito -otra tradición nacional); el “disfraz de mexicano” con los tremendos bigototes, el sombrero enorme y ya si uno anda atrevidísimo las líneas tricolor en las mejillas; pueden parecer insuficientes para construir o demostrar la identidad nacional; pero es que toda la historia, el dolor, el honor y la gloria de la patria no cabrían en ninguna parte más allá del alma de los mexicanos.

En todo caso lo que podría criticarse de toda la parafernalia y el oropel que se acostumbra en septiembre es la facilidad con que puede cubrir, ocultar si se quiere, los grandes escenarios de la historia del estado, que son muchísimos; y los excesos a los que puede llevar el consumo elevado de bebidas embriagantes que es altísimo en septiembre, pero bastante menor que el reportado cada diciembre. En efecto, el patriotismo no se demuestra con prácticas barbáricas como detonar cohetes o disparar al aire; tampoco con el alto consumo de aguardientes, pero los ayuntamientos intentan controlar todo eso con prohibiciones y operativos de seguridad diversos que van, desde la Ley Seca y la restricción a la venta de cohetes, hasta el incremento de detenciones por faltas administrativas; todas ellas son justificadas y si hay dudas, basta ir cualquier madrugada de 16 de septiembre a las salas de urgencias.

Las fiestas patrias inician y hay que disfrutarlas, probablemente en cada plato de pozole, en cada taco, encontremos el motivo para ser mejores mexicanos: el camino lo da la historia.