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El nombre del municipio jalisciense se sumó a la muy triste lista de lugres en México que se convierten de pronto en sinónimo de masacre, impunidad e indignación. Sitios como Tanhuato en Michoacán, Nochixtlán en Oaxaca o La Concordia en Chiapas, por los horrores de los que fueron escenario, conservarán un estigma por mucho tiempo.

En Teuchitlán, a juzgar por lo que ha trascendido a la opinión pública, operó durante bastante tiempo un centro de entrenamiento en donde se perpetuaban contantemente asesinatos y se disponía de los cadáveres de una forma que aún fala por esclarecer, aunque la mayoría habla de un incinerador del que no se han encontrado evidencias.

Lo que quedó atrás como silenciosos testigos de la existencia de seres humanos que se desvanecieron en cuanto entraron por los portones azules del “Rancho Izaguirre” fueron zapatos y restos de ropa que ahora son un emblema del horror que recuerda los campos de exterminio nazis.

El “Rancho Izaguirre” fue identificado como campo de entrenamiento y de exterminio en septiembre de 2024, cuando las autoridades asumieron el control del lugar, pero tuvo que pasar medio año para que, gracias a la diligencia de una agrupación civil –“Guerreros Buscadores”, vale la pena mencionar su atinado nombre- salieran a la luz los primeros indicios del horror vivido en ese sitio.

La nación entera se conmocionó por los hallazgos. La indignación, esa que parece volver de vez en vez al pueblo mexicano, se apoderó de nuevo incluso de aquellos que prefieren mantenerse alejados de este tipo de noticias.

La credibilidad en las instituciones se volvió a cimbrar; ya se está investigando a los responsables de hacer las primeras averiguaciones en el sitio, pero el daño está hecho. El sentimiento de impotencia y de vulnerabilidad y de temor regresa igual de las versiones que afirman que el crimen organizado enseña a matar a quienes recluta forzadamente con personas que se rehúsan a pasarse a sus filas o que ya no les son de utilidad. Los deshumaniza antes de enrolarlos definitivamente. Haríamos mal si creemos que todos los sicarios están ahí por su propia voluntad o porque la pobreza los orilló a eso.

El final de cuentas, las victimas inmediatas fueron todos aquellos asesinados que hoy se encuentran desaparecidos, familias enteras que podrían permanecer en la incertidumbre por el resto de sus vidas, pero las victimas también somos todos los demás quienes tenemos un ejemplo más de los frágil que puede ser la vida humana y la impunidad y cinismo con que pueden operar las bandas criminales.

Teuchitlán es una nueva herida en nuestro ya ensangrentada nación, será tarea de todos, además de curarlas, buscar la forma en que no haya más.

La Jornada Morelos