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El artista Guillermo Monroy Becerril nació hace poco más de un siglo y seis meses en Tlalpujahua, Michoacán aunque, de niño emigró a la Ciudad de México con toda su familia y hace más de sesenta años es nuestro vecino en Cuernavaca, aunque eso no es lo importante pues su vida -comprometida con una clara línea política a la que permanece congruente- y su obra deslumbrante son motivo de orgullo para todos los mexicanos y un recordatorio de lo que podemos lograr cuando nos lo proponemos.

El maestro Monroy es un tesoro viviente para la cultura mexicana, testigo y participante de primera fila de uno de los episodios más brillantes de la plástica nacional, cuando el muralismo asombró al orbe y pintores de la talla de Rivera, Orozco, Siqueiros y, más tarde, Frida Kahlo le robaban la atención -y la clientela- a los artistas europeos y de otras latitudes de centenaria tradición artística.

En aquellos años -mediados del siglo pasado- marcados por profundas y peligrosas diferencias políticas internacionales, la escuela plástica mexicana y el muralismo en particular no solo revolucionaron el panorama artístico de México, sino que dejaron una profunda huella en las artes plásticas a nivel mundial. Su capacidad para combinar arte y política, creando una narrativa visual que hablaba al pueblo y para el pueblo, sigue siendo una de sus contribuciones más identificables.

El muralismo mexicano apareció tras la Revolución Mexicana como un remedio para la nación fragmentada. Los muralistas tomaron los muros de edificios públicos para plasmar una narrativa visual que celebrara la historia prehispánica, los ideales revolucionarios y las luchas sociales del pueblo mexicano. Este movimiento fue más allá de los límites de la técnica pictórica. No solo representaba un estilo visual innovador, sino que se convirtió en un vehículo ideológico que denunciaba las injusticias y promovía la educación a través del arte. Los temas retratados en los murales, como la opresión de los campesinos, la explotación de los trabajadores, la resistencia indígena y los derechos sociales, resonaban en el contexto internacional. De esta manera, el muralismo mexicano se identificó como una auténtica forma de arte comprometido políticamente.

Guillermo Monroy Becerril, como parte de esta tradición, no solo ayudó a consolidar el legado del muralismo, sino que también se convirtió en un defensor de la cultura mexicana a través de su arte y su activismo cultural. Su participación como miembro de «Los Fridos» y su trabajo en importantes murales lo sitúan como una figura clave dentro de este movimiento que sigue inspirando a generaciones de artistas en todo el mundo.

Al fresco, en caballete, como maestro grabador y dibujante, el maestro Monroy no solo ha dejado un importante legado material, también ha dejado su impronta en muchas generaciones de artistas a las que él ha guiado personalmente como maestro, de la misma forma en que Frida Kahlo lo tuteló a él por lo que, junto con algunos de sus compañeros, fue conocido como uno de los fridos, apodo que para él nunca fue peyorativo y que en cambio le recordaba un profundo compromiso personal con su maestra, sus ideales y con la plástica mexicana.

Hoy el maestro Monroy recibirá un homenaje en la Ciudad de México y se le entregará la Medalla de Oro de las Bellas Artes. Aquí, en su tierra por elección, La Jornada Morelos también quiere darle las gracias por su vida y por su gran obra. Pocos artistas merecen más el reconocimiento y agradecimiento de la nación entera hoy que, como antes, necesitamos del arte para ayudar a reencontrarnos como una sola nación.