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Los torrenciales aguaceros que han provocado ya la primera tragedia por la época de lluvias en Morelos pueden llevarnos a los lugares más comunes y hacernos hablar de la enorme fuerza de la naturaleza, lo que nos haría perder de vista algo indudable: ni la ciudadanía ni la mayoría de los gobiernos han sabido prepararse y equiparse para hacer frente a los temporales, cada vez más severos a causa del cambio climático.

La cultura de protección civil en Morelos, pese a los desastres que el estado ha padecido, terremotos, inundaciones y sequías, primordialmente, es particularmente deficiente. Se nota en los simulacros, pero también en la conducta cotidiana de la ciudadanía que parece enfrentar los riesgos sólo encomendándose a Dios.

En el sexenio que está por concluir, por lo menos una decena de personas han fallecido por causas asociadas con las lluvias, la mayor parte de ellas en derrumbes ocasionados por lluvias sobre asentamientos irregulares que adquirieron a la fuerza el rango de colonias en zonas de riesgo.

Lo que ocurrió la madrugada del sábado en Jiutepec, resulta similar al desastre del 2022 en Cuernavaca y a otros que han ocurrido en comunidades asentadas en terrenos de alto riesgo, asentamientos que fueron permitidos por los gobiernos, fomentados por algunos dirigentes políticos y que, pese a las múltiples advertencias, la gente decidió ocupar.

La responsabilidad es compartida.

Los ayuntamientos han notificado a las familias de las zonas de riesgo sobre el enorme peligro en que ponen su patrimonio y su vida al permanecer en esos sitios. Pero sin alternativas, no para refugiarse, pues de esas hay suficientes, sino para rehacer sus vidas, la resistencia es más que obvia.

Este problema sistémico también tendría que ser parte de la nueva cultura de protección civil que urge a los morelenses. No se trata solo de determinar las áreas de mayor riesgo que, como se ve en los atlas de riesgo estatal y municipales son muchísimas; sino para proveer de alternativas suficientes y dignas a las poblaciones donde puedan construir su vida en condiciones de mayor seguridad.

Un plan integral de Protección Civil tendría que reconcebir el desarrollo urbano, el crecimiento ordenado de las cuadras, barrios, colonias, ciudades y regiones; la dotación de servicios suficientes, la conversión de zonas de riesgo, tal vez en espacios verdes o de contención ecológica.

Si algo nos tendría que hacer enseñado nuestra cuota anual de muertos por desastres es que debemos repensar las ciudades y los pueblos. Rehabilitar lo que se pueda y reconstruir el resto para que la lluvia, bendición parta la naturaleza, deje de ser una maldición para los espacios urbanos.