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Esta mañana concluyen los Juegos Olímpicos de París 2024, un encuentro deportivo que, más allá de las emociones y pasiones que puede despertar entre atletas y seguidores, representa lo mejor de la humanidad, no sólo en lo expresado por su lema “Citius, Altius, Fortius” (más rápido, más alto, más fuerte), sino en los valores espirituales de superación, disciplina, compañerismo, paz y todo eso que, junto con las artes, hace que la humanidad valga realmente la pena.

La colección de historias -en esta edición recogimos cinco, pero son cientos más- que nos dejan los atletas olímpicos es un hermoso compendio de las cosas valiosas para la humanidad, de lo que se requiere para el triunfo. Es una colección de heroicas gestas que podrían construir en sí mismas una mitología en el sentido en que Joseph Campbell entiende los mitos, esos trozos narrativos que nos devuelven la emoción de estar vivos.

Cada uno de esos héroes (seguimos con la interpretación de Campbell), “se aventura desde el mundo cotidiano a una región de maravillas… allí se encuentran fuerzas fabulosas y obtiene una victoria decisiva. El héroe regresa de esta misteriosa aventura con el poder de otorgar bendiciones a sus semejantes”.

Los más de diez mil atletas, poco más de un centenar originarios de México y dos morelenses, tienen historias maravillosas para contar; todas ellas versan sobre cómo se impusieron a la normalidad o mediocridad si nos ponemos muy estrictos, de sus pares; de los millones de hombres y mujeres que decidieron no destacar para permitirse soñar, vivir y emocionarse a través de los otros; esas y esos que nos dan una lección que aplicaremos en momentos especiales de la vida, cuando nos haga falta un especial coraje para salir adelante, un particular carácter para enfrentar las vicisitudes que, irremediablemente, se nos cruzarán en algún momento de la vida.

Por supuesto que la vida actual con su sentido de urgencia y el placentero adormecimiento que nos regalan las tecnologías, junto a una cada vez peor narrativa de los Juegos, hacen parecer menores cada una de las hazañas, por más heroicas que resulten. Hace décadas que algunos medios se han colocado por elección en el protagonismo olímpico y la noticia de la hazaña fue suplantada por quienes la narraron o reportaron, despojando al acto heroico de sus componentes ejemplares. Quizá por eso cualquiera se atreve a criticar desde su sillón mullido a quienes compiten. Despojar de la gloria a quienes pueden servirnos de ejemplo se vuelve el deporte favorito de quienes no están dispuestos a aprender nada.

Convendría recordar la gloria del olimpismo, más allá de los derechos de transmisión, de los cronistas que estuvieron en París, del bullicio de quienes buscan politizar una contienda no entre naciones, sino entre seres humanos. No debemos olvidar todo lo que nos enseña cada atleta, la lista de ganadores y quienes aún con sus triunfos sufrieron la derrota. Esos recuerdos podrían cumplir finalmente el ideal olímpico, lograr una mejor humanidad.