

Con apenas 156 años de haberse reconocido como estado, Morelos es un estado relativamente joven. Aunque su historia y tradiciones son antiquísimas, vale la pena recordar que gran parte de ellas son compartidas con otras regiones de los estados de México, Puebla, Guerrero y la Ciudad de México, pero también tienen componentes originales que han servido para darle una identidad propia en estas poco más de 15 décadas.
En el aniversario de su creación, vale la pena como sugieren la gobernadora, Margarita González Saravia, y el cronista, Jesús Zavaleta Castro, repensarnos como morelenses y reafirmar los valores de identidad, comunidad, justicia, amor a la tierra, orgullo y compromiso, que forman esa personalidad muy propia de los buenos morelenses con su rebeldía y resistencia, como conductas que materializan la defensa del territorio, de sus derechos, de los paisajes y de esa identidad que, siempre en construcción, se vuelve más apasionante resguardar.

Morelos es el tercer estado más densamente poblado del país. Aloja a más de dos millones de habitantes en un territorio menor de cinco mil kilómetros cuadrados. Pese a ello mantiene enormes desigualdades. Aunque en el estado se ubican dos de los cien municipios con un Producto Interno Bruto más alto, Jiutepec y Cuernavaca, también es de los más pobres del país; parte de ello por las décadas de abandono que ha sufrido la periferia, y que hasta hace unos años empezaban a afectar a la zona metropolitana. Entonces, el principal reto de Morelos, más allá de las coyunturas que plantean la inseguridad y el cuidado del medio ambiente, radica en lograr un crecimiento económico que incluya a todos, un esquema en que se fortalezca el ingreso también de los más pobres.
Si a esta condición sumamos las recurrentes crisis políticas y sociales que ha vivido el estado, en buena medida derivadas de gobernantes locales y federales que no entendieron nunca la dinámica e idiosincrasia de esta tierra, la construcción de la identidad morelense es profundamente compleja, lo que ha convertido a sus símbolos en muy poderosos. El carácter de los chinelos, sayones, matacueros y mojigangas morelenses es de una dureza cultural evidente; igual que lo son su cocina, artesanía, y gran arte, muestras siempre de una personalidad colectiva que construye identidad cada día buscando en sus raíces, pero también en el futuro al que aspira.
Esa búsqueda, debe reconocerse, ha sido bien entendida por la administración de la gobernadora, Margarita González Saravia, y por algunos de los actuales alcaldes como José Luis Urióstegui, en Cuernavaca; Perseo Quiroz, en Tepoztlán; Gonzalo Flores, en Xochitepec; Nancy Gómez, en Tlaltizapán; Antonio Montenegro, en Tlayacapan; quienes han encontrado en esa construcción permanente una veta enorme de riqueza que, además de distinción ofrece oportunidades para un mejor desarrollo de los municipios y del estado.
La comprensión de esa condición sociocultural morelense ha permitido que e recupere el orgullo de ser nacido o avecindado en esta tierra pintada por Jorge Cázares, fotografiada por Adalberto Ríos Szalay, narrada por Alfonso Reyes, Malcolm Lowry, Ricardo Garibay, José Agustín y todos sus herederos que han creado ríos de poesía y narrativa desde todos los puntos del estado; una tierra tan generosa que ha alojado a grandes pensadores, científicos, artistas, gente del espectáculo; pero que también los vio nacer y crecer hasta convertirse en orgullos de la humanidad.

Morelos cumplió años y se trata, en este 2025, de algo más que una efeméride. Es un pretexto para recordar todo lo que le debemos a esta tierra, y todos los pendientes que debemos resolver, mientras seguimos nuestras fiestas populares acompañadas de un mole de ciruela, un taco acorazado, o alguna otra de las delicias que sólo aquí se saben preparar.
