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El próximo nueve de septiembre se cumplirán 25 años desde que se decretó la Reserva de la Biósfera Sierra de Huautla, probablemente el área natural protegida más extensa de Morelos y también la que tiene el modelo más interesante para su administración y conservación.

En manos de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos, la reserva es el primer intento serio de ecoturismo registrado en Morelos en un esquema de organización que involucra a los científicos y académicos de la universidad lo mismo que a las 32 comunidades de la reserva y a las autoridades municipales y estatales, en una coordinación compleja pero eficiente de esfuerzos que si bien no ha podido detener totalmente el deterioro de la región, sí ha podido desacelerarlo en comparación con la devastación de otras zonas protegidas en el estado.

Desde la propuesta de convertirla en reserva, se ha considerado a la Sierra de Huautla como uno de los últimos reductos de selva baja caducifolia, un ecosistema de enorme diversidad biológica, cuyo impacto sociocultural es vital para los habitantes de la región. Es decir, el ecosistema no solo es valioso para la biodiversidad y sus efectos geo climáticos, también es de enorme importancia social y económica para los habitantes de las comunidades que se ubican en él, lo que obliga a un tratamiento diferente de las estrategias de conservación.

La selva baja caducifolia provee de alimento, medicina y hasta combustible a sus habitantes, por lo que ningún esfuerzo de conservación podría prosperar sin la colaboración de ellos, la atención de sus necesidades, y el respeto a la relación que tienen con su medio ambiente.

Por ello el proyecto que la UAEM inició hace 25 años ha sido motivo de centenas de trabajos de investigación, no sólo en el campo de la biología, también en los terrenos social, económico, político, turístico y de arquitectura. Las 53 mil hectáreas de selva baja caducifolia en la Sierra de Huautla dependen de una enorme comprensión del terreno y de un profundo trabajo con las comunidades.

Otras experiencias de conservación que pretenden “dejar en paz” al territorio protegido, están siempre condenadas al fracaso. La continua depredación del corredor biológico Chichinautzin es un ejemplo claro a sólo unos kilómetros de Huautla. Trabajar de la mano con las comunidades, potenciar sus oportunidades de desarrollo, plantear alternativas productivas de convivencia con el medio ambiente, es una receta seguramente más compleja, pero con mayores éxitos relativos.

Probablemente todos deberíamos aprender de la experiencia del Centro de Investigación en Biodiversidad y Conservación de la UAEM y de ese atrevimiento que ya lleva 25 años, escuchar a las comunidades y trabajar con ellas para la conservación de su riqueza natural. El cambio en el impacto de los esfuerzos humanos y económicos de la conservación de áreas naturales puede ser muy positivo.

Por supuesto que aún hay mucho trabajo por hacer en materia de conservación en Huautla, pero los 25 primeros años demuestran lo que es posible cuando la comunidad y la academia se encuentran para conseguir fines comunes.