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Si algo debe reconocerse en la historia política de Morelos y de México durante por lo menos las cuatro últimas décadas, es que los temas de interés del gobierno (entendido en todos sus Poderes y niveles) se fueron separando cada vez más de lo que la ciudadanía considera relevante.

Los intereses de la política y los de la gente trazaron por cuarenta años líneas divergentes, esas que se alejan cada vez más; y eso comprometió no solo la legitimidad, sino la funcionalidad de los gobiernos que, en el caso de Morelos, fueron quedándose cada vez más solos en sus discursos, sus conflictos y su encarnizada lucha por un poder que parecía carecer de objetivos sociales.

Las vallas que los gobernadores de Morelos instalaron para aislar al Palacio de Gobierno funcionaron como una herramienta simbólica y material de algo mucho más fuerte: los gobernantes se aislaron de la población y con ello de la realidad; hasta el punto que crearon su propio mundo, uno donde sus fallidas políticas públicas funcionan porque sus subalternos lo dicen, una fantasía en que el drama diario y las ocasionales tragedias que viven miles de morelenses no cabe más que en publicaciones de redes sociales oficiales que lamentan los desastres, los crímenes, las catástrofes, siempre con el mismo tono y formato de un protocolo que evidencia apenas la indolencia de los gobernantes.

Abrir las puertas de Palacio de Gobierno, quitar las vallas que impiden el acceso fácil de los morelenses a la que muchos, con más demagogia que sinceridad, han llamado la “casa del pueblo”, en un escenario como el de Morelos, poblado en los últimos sexenios de gobernantes indolentes, autoritarios y lejanísimos de las dificultades que entraña sobrevivir en el estado, tiene entonces un significado más allá del estudio de controles de aforo. Significa eliminar físicamente la distancia que los políticos se habían empeñado en mantener y obligar a cada burócrata del Ejecutivo estatal a ver, escuchar, entender, al público al que debe servir.

Adelantada como remate en un discurso frente maestros morelenses, la idea de la gobernadora electa, Margarita González Saravia, de promover, mediante exposiciones y eventos culturales la presencia de los morelenses en su Palacio de Gobierno es un asunto que merece mucha mayor atención dada la tradición de soberbia de los gobernantes recientes del estado. La idea es un complemento al proyecto de instalar oficinas de trámites del gobierno estatal en cada municipio para acercar los servicios del Ejecutivo a quienes los requieren.

Margarita González Saravia empieza marcando ya una distancia enorme de los políticos que aceptaban esa divergencia entre política y sociedad, y esa separación la puede acercar mucho a la gente, y de eso se trata el liderazgo político.

La noticia es que el Palacio de Gobierno de Morelos funcionará en parte como centro cultural y galería, pero el comentario obligado es mucho más profundo; la burocracia volverá a acercarse a la ciudadanía, aunque le cueste.