

Quienes habitan en el bullicio de las ciudades cuya modernidad ha casi diluido los patrones de relaciones comunitarias tradicionales pueden no entender el profundo significado que tiene la recuperación de los exconventos en Totolapan, Yecapixtla y Atlatlahucan oficializada ayer por el gobierno federal y el de Morelos.
Los monasterios fueron construidos en la primera parte del siglo XVI con una maestría arquitectónica y belleza que les valieron ser catalogados por la UNESCO en el 1994 como Patrimonio Cultural de la Humanidad; lo que se vuelve suficiente para trazar la turística e histórica Ruta de los Conventos desde Tlaxcala hasta Cuernavaca y Tepoztlán, pasando por otra decena de localidades, y por Yecapixtla, Atlatlahucan y Totolapan. Para la gente externa, entonces, son atractivo turístico y de curiosidad e investigación histórica.
Pero debe recordarse que, en torno a esos monasterios se construyeron los pueblos y ciudades que hoy conocemos; las comunidades los convirtieron en centro de reunión, de decisión, y en espacios para los eventos más significativos de sus vidas, los nacimientos, las muertes, la creación de familias, la construcción de la identidad popular y de la fe a la mexicana.
La mayor parte del impacto social que tuvo el sismo del 2017 en Morelos, además de la pérdida de vidas y el daño en escuelas y edificios públicos, estuvo en que la naturaleza fue particularmente agresiva con los edificios religiosos cuyas malas intervenciones arquitectónicas a través del tiempo comprometieron sus estructuras hasta casi derrumbar muchos de ellos, y provocar daños que volvieron inutilizables a los inmuebles por muchos meses, que significaron la afectación de reuniones y festejos populares; el arrebato temporal de los lugares donde se construyen las comunidades.
La rehabilitación de los edificios históricos y religiosos en Morelos tuvo un componente político complejo, la administración estatal, primero por la atención que se dio a la reconstrucción de viviendas, y luego porque a la administración de Cuauhtémoc Blanco no le interesó el tema, por lo que le correspondió al Instituto Nacional de Antropología e Historia con ayuda de la sociedad civil y de fundaciones internacionales, todo ese trabajo.
En términos técnicos, la reconstrucción fue también laboriosa, el diagnóstico del daño sufrido por los exconventos debido a intervenciones mal planteadas a través del tiempo (con materiales pesados, o afectando la integridad estructural de las bóvedas) fue determinante en la toma de decisiones sobre cómo deberían rehabilitarse los exconventos, pero también en el tiempo que la tarea llevó.

Pero el mayor reto fue en materia social, el profundo significado de los espacios religiosos cuyo daño volvió para muchos menos relevante el que habían sufrido en su patrimonio familiar, significó una herida en las comunidades que se sabía estaría abierta hasta que los espacios fueran devueltos a la gente.
La espera ha valido la pena, porque el INAH entregó los exconventos mejor de lo que estaban antes del sismo si se considera que la reconstrucción se hizo con materiales originales y que sirvió además para rescatar mucho del arte sacro que fue dañado por el sismo o que había estado perdido o almacenado en bodegas de los templos. En el proceso de reconstrucción se rescataron casi mil trescientos esculturas, retablos, murales, campanas y otros elementos de arte sacro.
También debe considerarse que, a partir de octubre pasado, el Ejecutivo de Morelos, ya a cargo de la gobernadora, Margarita González Saravia, ofreció un acompañamiento definitivo para la conclusión, recuperación y entrega de los exconventos a las comunidades de las que son cimiento desde hace siglos.
