

Ya huele a pan de muerto, a copal e incienso, a cempasúchil y tradición. Muy cerca en el recuerdo desfilan ya La Llorona, el son de Difuntos, la Calaverita, los Versos de la Catrina, la Martiniana, la Bruja, y hasta los ojitos cerrados de Cleto. La tradición del Día de Muertos regresa como cada año a Morelos, pero esta vez, como hace casi una década no ocurría, está llena de esperanzas que se traducen en una oferta artística, cultural, histórica y popular como las de antaño, esas que enterraron la burocracia y el desinterés gubernamental.
Como siempre, las familias de Morelos instalan en sus casas las ofrendas con elementos comprados en los tianguis que los mercados locales instalan para la ocasión y algunos hasta en los supermercados que después de muchos años con su jalogüín parecen haber sucumbido a la más bella tradición en todo el mundo por estas fechas, nuestro Miquixtli, el Día de Muertos, los Fieles Difuntos, porque su abundancia le ha repletado de nombres. Los hogares morelenses esperan a sus muertos porque la sabiduría popular así lo marca sin importar los gobiernos.

La diferencia, en todo caso, está en las calles y los lugares públicos, donde los altares, las catrinas, el cempasúchil y terciopelo han vuelto a tomar el lugar que les corresponde para que los muertos de Morelos (lo único que pudo multiplicar la administración anterior), regresen a la fiesta de las calacas, los días en que los vivos piensan permanentemente en los difuntos y en la muerte como ese concepto que cambia el destino sin culminarlo, esa etapa de evaluación en el camposanto.
La muerte es tan relevante en México que tiene su propia estética y su peculiar poética, desde el popular “colgó los tenis” hasta el “¡Qué puedo pensar al verte,/ si en mi angustia verdadera/ tuve que violar la espera;/ si en vista de tu tardanza/ para llenar mi esperanza/ no hay hora en que yo no muera!” de Villaurrutia, las figuras literarias acompañan nuestra concepción del deceso, el fallecimiento, el “pirarse”. Tan importante es la parca que le tejemos un nido de palabras bellas, suaves para divertirla, jugar con ella y recrearla cada principio de noviembre.
Pero entender esto cuesta mucho, y cuesta siempre a la burocracia que desde sus escritorios determinaba las políticas culturales de Morelos de cuando en cuando. La etapa más reciente de esa desgracia ha terminado y ahora hay actividades del Día de Muertos en casi todos los espacios públicos, la oferta de los ayuntamientos y la del gobierno del estado es amplia, gratuita y para todas las edades porque vale la pena orgullecernos de nuestras tradiciones, revolcarnos en ellas hasta que Morelos vuelva a oler a morelense, hasta que la tierra que tanto amamos nos reclame y nos devuelva en un ciclo que dure más allá de la muerte.
Las fiestas de los muertos iniciaron tres días antes de las fechas más tradicionales porque nos urgía ya recuperar nuestro espacio, nuestras calles, nuestro estado; porque cada rincón de Morelos está regresando a ser nuestro; y porque al fin hay gobiernos en el estado y los municipios que entienden no ser dueños del territorio, ese es de los vivos y de cada uno de nuestros muertos.

Retomemos las calles y las plazas, que el olor a cempasúchil y copal diluya el del abandono en que estábamos.
