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Rosaura Martínez Ruiz*

¿Qué quiere decir que México esté sufriendo una crisis forense? Que en nuestro país la violencia ha trastocado hasta la justicia en muerte. Que no toda persona ausente es digna de búsqueda inmediata. Que hay cuerpos de desaparecidos enterrados, diluidos o hechos ceniza a lo largo y ancho de nuestro territorio, profanando su humanidad y nuestro suelo, que debería ser lugar donde toda persona es digna de sepulcro, uno donde sus familiares y amigos puedan conmemorarles, llevarles flores, rezarles, llorarles y conversar con ellos. Quiere decir que hay mexicanos cuya ausencia no ha sido ni percibada ni atendida como una pérdida humana. Se han construido un sinnúmero de definiciones de humano, con todo quiero sugerir otra: Ser humano es ser digno de conmemoración. El crimen de desaparición atenta precisamente contra esta cualidad. Esta es así una crisis en la distribución equitativa del atributo de humano.

Si ponemos la atención merecida a los testimonios y declaraciones de las Buscadoras, es este lamento lo que compulsivamente se repite. Tranquilina Hernández: “Tenemos que seguir. Las personas que están en las fosas no son basura, no son animales, hay que apurarnos y sacarlos a todos de ahí”. María Herrera: “Porque nuestros hijos no son animales que pueden quedar tirados en la intemperie en cualquier lugar […]”. Antígona González: “cómo reclamarte, Tadeo, si aquí los cuerpos son sólo escombro”. Lo que se escucha es que sus desaparecidos han sido percibidos como algo menos que humano: animales, basura, escombro.

La desaparición forzada, para que no quede ni rastro de las víctimas

La desaparición forzada es un crimen de deshumanización cuyo objetivo último es borrar todo rastro que nos recuerde el paso por la tierra de sus víctimas. Quizá sea por esto que las imágenes de Teuchitlán hayan evocado a Auschwitz, porque en esos dos sitios de violencia radical los rastros humanos (zapatos, ropa, mochilas) que quedaron atrás nos obligan a no olvidar que las “cocinas”, las fosas clandestinas, los hornos crematorios ilegales, los centros de trabajo fozado y entrenamiento ilegal donde no ha quedado vestigio identificable de desaparecidos, lo que se enterró, se redujo a cenizas se desintegró en ácido, secuestró y explotó eran humanos. Las analogías son herramientas de análisis útiles, pero estamos obligados también a pensar ahí donde estas se caen. Sólo así podemos diseñar las estrategias éticas y sociopolíticas precisas para atender la singularidad de lo que estamos viviendo.

La actual crisis forense no ha sido una política de estado como lo fue el genocidio Nazi. Si bien esto es cierto y no hay lugar para la discrepancia, es también verdad que integrantes de los cuerpos de seguridad del estado y del ejecutivo (presidentes municipales, gobernadores y secretarios de seguridad) han estado y están coludidos con la delincuencia organizada y, si no siempre por comisión, sí por omisión o negligencia. El Estado mexicano además de perseguir al crimen organizado, digamos, de a pie, debe, y con mayor urgencia, perseguir y castigar a aquellos que son parte de su estructura.

México merece y exige un estado limpio de toda connivencia con la delincuencia organizada.

Donde haya sido el estado, que deje de serlo, pues México necesita ya confiar en las fuerzas de seguridad que tantas veces han sido los mismos perpetradores (Ayotzinapa, Tlatelolco, la contrainsurgencia). No es una tercera guerra mundial lo que va a resolver esta crisis, lo que necesitamos son políticas de estado que optimicen la respuesta de las fuerzas de seguridad ante una desaparición, que mejore la identificación de las víctimas y que los gobiernos ofrezcan un apoyo más efectivo a ellas y a sus familias. Como las acertadas políticas de estado y agenda que recientemente anunció la presidenta Claudia Sheinbaum. Asimismo, es fundamental que las fiscalías operen de manera más eficiente, hace falta más apoyo a las comisiones de la verdad para resolver las crisis de desapariciones del pasado, y que se diseñen y fomenten políticas de memoria.

En México se han pervertido las causas de la felicidad

No podemos seguir viviendo en un país en el que las causas de felicidad han sido pervertidas, donde hay madres que celebran el acta de defunción de sus hijos. La actual crisis forense debe atenderse como asunto prioritario de estado y no sólo como respuesta empática y solidaria con los familiares y amigos de desparecidos, como han pretendido manipular cínicos de la oposición.

Lo que los colectivos denuncian y demandan no es sólo el sosiego del dolor por un duelo arrebatado, su actividad de búsqueda es política en el sentido más amplio del término, pues han irrumpido en la esfera pública como agentes que interrogan las jerarquías, injusticias y procesos en los que se sostiene el régimen actual de memorabilidad. En este sentido, las buscadoras son Antígonas, no Lloronas. Recuperar, aunque sea un pequeño vestigio de sus desaparecidos, no solamente les posibilita el duelo arrebatado, finalmente lograr depositar los restos en un cementerio para llevarles flores, les devuelve a sus seres queridos la humanidad que les ha sido violentada. Re-humanizar no es un acto de generosidad, sino uno político que reestablece el equilibrio de la justicia.

La desobediencia de Antígona

A este quehacer político de re-humanización podríamos llamarle “Antigonía”, como epónimo derivado de la desobediencia de Antígona; del de Antígona de Tebas que desafía el edicto diferencial del rey Creonte sobre el sepulcro de sólo uno de sus hermanos, pero sobre todo de Antígona furiosa, la Antígona peruana, Antígona González y Antígona en Juárez, porque la analogía entre las buscadoras mexicanas y la tebana también cae cuando la última exige el sepulcro para un príncipe que murió en la lucha por el trono de su ciudad natal, y las latinoamericanas, además de un digno sepulcro, reclaman una distribución equitativa de la lamentabilidad (Butler) y memorabilidad en un territorio donde sus Polínices están desaparecidos; no sólo como muertos que no merecen sepultura, sino como vidas desde siempre desechables. México debe urgentemente dejar de ser la nueva Antígona de Latinoamérica.

* Doctora en filosofía. Profesora titular C en la Facultad de Filosofía de la UNAM; SNII 3. Premio de la Academia Mexicana de Ciencias, Integrante del Consejo Asesor del Consorcio Internacional de Programas de Teoría Crítica.

Antígona por Marie Spartali Stillman. Redes sociales

La Jornada Morelos