El pulque en Cuartoscuro.
Un comentario en Ojarasca de noviembre / ESPECIAL
La revista de fotógrafos por antonomasia, tenazmente dirigida por Pedro Valtierra, dedica su más reciente entrega al pulque renacido, el mítico y el de todos. Hoy asoma como moda neourbana, mientras sobrevive y quizás languidece en los campos y poblados del centro del país en Hidalgo, Estado de México, Puebla, Tlaxcala, y los bordes de la Ciudad de México en Milpa Alta, Cuajimalpa y Tlalpan.
Cuartoscuro ofrece una jugosa galería de 45 páginas, donde asoman breves tomas clásicas y folclóricas, pero enseguida se establecen las miradas como pez en el agua en pulquerías y lugares de maguey y tlachique de Nacho López, Alicia Ahumada, Enrique Taboada y Agustín Estrada, quienes se prodigan al pie del maguey como los meros buenos.
También participan Maya Goded, Malena Díaz, Juan Pablo Zamora, Ernesto Hernández Ascencio, Jorge Alberto Allec Falcón y los de casa: Pedro Anza y Adolfo Vladimir.
Cuatro textos le ponen sabor a los caldos del agave. “Sagrado, profano, maldito y redimido”, de Raúl Guerrero Bustamante, hace el recuento histórico de la bebida, desde los horizontes míticos y prehispánicos hastas pulcatas de hoy en día, a través de los avatares novohispanos, la cruda de vergüenza criolla independista, el boom de las haciendas pulqueras del porfiriato, la crisis revolucionaria, el agrarismo, la persecución a nombre de la decencia urbana del siglo XX, el consumismo de la modernidad capitalista, las limitaciones económicas y prácticas para producir y comercializar un producto tan artesanal y perecedro. Y sin embargo se bebe.
Con “Sacrificio de Mayahuel, la señora del Maguey” de Corina Salazar Dreja y “La mística del maguey” de Silvia García Martín, accedemos a dos testimonios entusiasmados, uno de la extracción del aguamiel y su camino al tinacal donde dioses y tierra se juntan, y el otro registra un aprendizaje mexiquense de la filosofía convivencial que inspira el elíxir plebeyo. Con “Tlachiqueros: de magueyeras, tinacales y pulquerías”, el fotógrafo Enrique Taboada hace un recuento de recorridos con los cultivadores del tlachique en Nanacamilpa, Tlalcualpan, Huitzilac e Ixtacamaxtitlán.
El corazón blanco del hirsuto rey de los valles y las laderas centrales es besado por el aliento de tlachiqueras y tlachiqueros que los transladan a las comunidades, lo procesan y lo reparten fresco, antes de que la baba les ocurra. En los escenarios rurales que retrata Cuartoscuro, la frescura del pulque es muy distinta de la bebida espesa que se adelgaza y cura en las pulquerías, una tradición capitalina muy del Centro, de los barrios y los pueblos tradicionales que se engulle a diario la Ciudad de México.
Desdeñado por las élites y las clases medias, arrinconado por las chelas y los chescos, expulsado de los ferrocarriles que trasladaban a la humanidad del altiplano tanto como a los tinacos del elocuente trago, desplazado por la urbanización, la industrialización agrícola, el extractivismo y el despojo de tierras, el fruto milagroso de la diosa Mayahuel todavía apacigua los corazones, empeda o tan sólo acompaña los sagrados alimentos, divierte a los preparatorianos del nuevo milenio y se vuelve trendy entre turistas, influencers y mirreyes. Que el pulque sobreviva es parte de su milagro.
Ojarasca reseña «El pulque: del élíxir de los dioses a la bebida del pueblo», portafolio en Cuartoscuro 182, septiembre-noviembre de 2024
Tlachiquero de la Matlalcueye, San Pedro Tlacualpan, Tlaxcala, 2023. Foto: Enrique Taboada/Cuartoscuro
Vivienda tradicional hñähñu de pencas de maguey, Valle del Mezquital, Hidalgo, 1988. Foto: Agustín Estrada / Cuartoscuro
Tlachique hñähñu, Cardonal, Hidalgo, 1990. Foto: Maya Goded