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13 de abril: Día Internacional del Beso

 

Germán R. Muñoz G.

Hay gestos que hablan más que las palabras, y el beso es, sin duda, uno de ellos. El beso es memoria ancestral, reflejo de la evolución afectiva humana, símbolo que une el cuerpo con lo sagrado, lo cultural y lo biológico. Es al mismo tiempo ternura y deseo, saludo y despedida, promesa y traición.

Cada 13 de abril se celebra el Día Internacional del Beso, una fecha nacida a partir del beso más largo registrado -en Tailandia, 58 horas, 35 minutos-, pero que ha ido más allá del récord para convertirse en una excusa perfecta para celebrar el acto de besar, un gesto privativo de los humanos por sus múltiples significados y su profunda carga emotiva y cultural.

El beso es probablemente la expresión más poderosa del lenguaje no verbal. Puede ser una muestra de amor, una caricia, una descarga de deseo o una forma de consuelo. Desde el beso maternal hasta el erótico, se activa un complejo sistema bioquímico en el cerebro: se liberan oxitocina, dopamina y serotonina, creando sensaciones de placer, apego y bienestar.

El beso no solo enamora, también cura: reduce el estrés, baja la presión arterial y mejora el estado de ánimo. No es casual que sea protagonista de canciones, películas, novelas y hasta de obras artísticas.

El beso como símbolo cultural

Aunque universal, el beso no tiene un mismo significado en todas partes. En Europa es un saludo, en Medio Oriente puede ser señal de respeto entre hombres, y en países asiáticos como Japón o Corea del Sur, aún es poco común besarse en público.

En la historia, besar objetos sagrados o la mano de un soberano era signo de obediencia o veneración. La Iglesia incluyó el “beso de paz” en la misa, mientras que, en la política, el beso de Judas pasó a ser símbolo de traición eterna.

Pero no siempre ha existido, aunque usted no lo crea

Algunas culturas originarias desconocían el beso labial como gesto de afecto. Sin embargo, textos sánscritos del 1500 a.C. ya lo mencionaban, y los romanos distinguían varios tipos de acuerdo con las intenciones: osculum (amistad), basium (afecto) y suavium (pasión). Con el tiempo, el beso pasó de ser ritual a íntimo, de lo público a lo privado, y del deber al deseo.

En la actualidad, aunque depende de la latitud, el beso es por lo general un acto íntimo que revela lo más profundo de nuestro ser: nuestras emociones, nuestra cultura, nuestra historia. Celebrarlo es recordar que, en un mundo cada vez más acelerado y virtual, aún existen gestos sencillos que nos reconectan con lo esencial de nuestros propios sentimientos.

Los aguafiestas: no hay que andar besando a cualquiera

Si bien besarse puede ser saludable -y besar bien, aún más-, el gesto también implica riesgos. En un solo beso profundo se pueden intercambiar hasta 80 millones de bacterias, según la revista especializada Microbiome Journal.

Entre las enfermedades que pueden transmitirse por un beso están la Mononucleosis (“enfermedad del beso”), el Herpes simple tipo 1 y diversos virus respiratorios y gastrointestinales.

Sin embargo, la exposición controlada a estos agentes puede fortalecer el sistema inmune, especialmente en parejas estables. Como en casi todo, la clave está en el contexto y la higiene.

Y los inspirados

Desde los suspiros de los enamorados de Shakespeare hasta el mármol eterno de Rodin, el beso ha sido tema de estudio, inspiración artística, y acto de comunión humana. Su historia es la historia del contacto: de cómo los cuerpos se aproximan, se reconocen y se unen en uno solo aunque no sea por horas, como la pareja tailandesa.

Celebrar el Día Internacional del Beso no es un capricho romántico; es una oportunidad para abrazar —con la boca, con el cuerpo, con la historia— todo aquello que nos recuerda que sentir es parte esencial de existir.

«El Beso» (1907-08) de Gustav Klimt: Ícono del simbolismo vienés, representa un beso dorado y místico entre dos amantes envueltos en un aura de sensualidad y trascendencia. Un icono del siglo XX.

«El Beso» (1882) escultura de Auguste Rodin. Retrata a Paolo y Francesca, amantes condenados del Inferno de Dante, un contexto no muy romántico del que ellos se abstraen por un momento.

Constantin Brancusi, El Beso (1909. Esta versión es la del Cementerio de Montparnasse, París). Una de las más famosas obras del gran artista rumano que la recreó 40 veces en las primeras décadas del siglo XX. Alumno de Rodin, Brancusi la pensó como una alegoría -o respuesta modernista- al trabajo de su ilustre maestro.

Henri de Toulouse-Lautrec, Dans le Lit, Le Baiser (1892)Un beso lésbico en un burdel del S.XIX solo podría ser autoría del gran pintor francés. Obra que -a pesar de los antecedentes- brilla por su ternura y candidez, más que por su erotismo.

René Magritte, Les Amants (1928). El primero de una serie de 4 cuadros con el mismo nombre, los críticos y el público no se ponen de acuerdo ¿es un amor ciego? ¿una premonición del Coronavirus? ¿o están cubiertos por las sábanas de un lecho del que se van o al que llegan?

Marc Chagall, The Birthday (1915) El autor visita en sueños a su amada Bella -su amor de juventud- y la sorprende dejándole el único regalo de cumpleaños que le puede dar a la distancia.

————– En recuadro, sin marco, solo pantalla ———————-

Del beso casto al beso fatal: Romeo y Julieta, el ballet que estremeció a Cuernavaca

«Así, con un beso, muero.»
— Romeo. William Shakespeare

Lyn Barberi

Recientemente Cuernavaca volvió a ser testigo de una de las historias de amor más intensas, trágicas y representativas del teatro y ballet universales. Y lo hizo no solo a través del drama, sino mediante el lenguaje más físico y evocador del arte escénico: la danza. El beso, esa caricia que une labios y destinos, fue el protagonista invisible del ballet Romeo y Julieta, presentado por la prestigiada compañía Russian State Ballet Mari Él en el Teatro Ocampo.

Con la inmortal partitura de Serguéi Prokofiev como hilo conductor, y bajo la dirección de Konstantin Ivánov, los 32 bailarines dieron vida no solo a la rivalidad entre Capuletos y Montescos, sino al deseo que brota en medio del odio. Lo que comienza como un amor juvenil, envuelto en ternura y timidez, pronto se transforma en pasión arrebatada, en un beso que deja de ser casto para volverse definitivo, total, y consumado por la tragedia.

De la penumbra al deseo: una Verona de luces y sombras

A las 6:15 p.m., la tercera llamada anunció el inicio de la velada. Las luces se desvanecieron y la penumbra dio paso al primer acto. En escena, la escenografía renacentista trasladó al espectador a las calles de Verona, donde la enemistad familiar establece el marco de un conflicto inevitable. Las telas fluidas de los vestuarios, el juego cromático entre luces rojas y azules, y la tensión corporal de los bailarines acentuaban la dualidad constante entre el deseo y la violencia.

Desde sus primeros movimientos, Julieta es apenas una joven en flor; sus gestos son tímidos, su mirada anhelante. Romeo, en cambio, irrumpe con la vitalidad del deseo contenido. Ambos se encuentran en la icónica escena del balcón, y ahí, sin palabras, el público percibe el cambio: ya no son niños enamorados, sino cuerpos que se buscan y se reconocen. En el majestuoso Pas de deux, Romeo eleva a Julieta en un movimiento que no es solo coreográfico, sino simbólico: el amor los hace volar, pero también los separa de la tierra, del mundo, de la realidad.

El beso como consagración del deseo

No hay beso más icónico en la historia del teatro que el de Romeo y Julieta, y aunque en el ballet este acto no se realiza con literalidad, cada roce, cada entrelazamiento, cada caricia con el rostro, lo sugiere, lo evoca, lo grita desde el silencio. En esta puesta en escena, el beso se convierte en un símbolo progresivo: comienza siendo tímido, casi una insinuación de la cercanía, pero evoluciona hacia el encuentro apasionado y erótico que desafía el orden social.

Es ese beso —invisible pero presente— el que desencadena el conflicto. Es también el mismo que, en la escena final, sobre la tumba, se convierte en un último beso, mezcla de amor, desesperación y fatalidad. Es el beso que ya no busca despertar al otro, sino unirse a él en la muerte. Un beso que no sana, sino que sella la muerte.

Tragedia, ovación y promesa

Las espadas retumban en los palcos altos, el frasco de veneno suena apenas como un susurro de fatalidad, y la daga de Julieta se hunde silenciosa, mientras el público contenía el aliento. El telón cayó con la muerte de los amantes. El beso final, ese que no se ve, pero se siente, quedó suspendido en el aire.

El público rompió el silencio con una ovación de pie. Aplausos que reconocieron no solo la calidad técnica, sino la capacidad de conmover hasta las fibras más íntimas. Afuera, la fila para la segunda función se alargaba. Dentro, los que salían lo hacían conmovidos, hablando en murmullos, como si quisieran retener el eco de lo que habían presenciado.

La compañía, que ha recorrido países como Francia, China, Alemania, Corea e Italia, promete volver a Cuernavaca en invierno de 2025 con una nueva producción de El Cascanueces. Pero será difícil olvidar el beso trágico de Verona, que, en la víspera del Día Internacional del Beso, nos recordó que el amor, cuando es verdadero, puede ser tan dulce como devastador.

El beso de Romeo y Julieta. Fotografía: Alex Díaz

Germán Muñoz