

El próximo lunes se cumplirá un aniversario más de la fundación de la Colonia Proletaria Rubén Jaramillo en Temixco. Se trató de un movimiento autogestivo en el que colonos ocuparon un predio que estaba destinado a convertirse en un fraccionamiento de lujo. El movimiento logró que cientos de personas accedieran a una vivienda; pero no sólo eso, también planteó un desafío directo al poder político y económico local, ya que el predio pertenecía a un hijo del entonces gobernador de Morelos, Felipe Rivera Crespo.
En un contexto marcado por la lucha por el derecho a la ciudad, la ocupación se inscribió en un fenómeno más amplio: las tomas de tierras que proliferaron en el México de los años setenta, una expresión de lo que algunas y algunos autores han denominado el “movimiento urbano-popular”.

La ocupación fue protagonizada por representantes de diversos sectores sociales, como campesinos, migrantes, jornaleros, obreros y desempleados. Provenían sobre todo de Acatlipa, Temixco y Jojutla, así como del estado de Guerrero (en particular de Iguala y Tierra Caliente). Destacó el liderato de Florencio “el Güero” Medrano, más recordado por su papel como dirigente guerrillero. Medrano fue integrante del Partido Revolucionario del Proletariado Mexicano (PRPM), una organización de inspiración maoísta que impulsaba una revolución socialista por medio de la lucha armada. De hecho, Medrano estuvo en China, donde recibió entrenamiento político-militar.
En consonancia con la línea maoísta, la colonia adoptó un modelo organizativo basado en participación directa de las y los ocupantes. Así, las decisiones se tomaban por medio de asambleas, lo cual permitía a sus habitantes gestionar los asuntos cotidianos, desde la distribución del espacio hasta la resolución de conflictos internos. Ese rasgo ha llevado a que, en su libro de descarga gratuita Una chispa en la pradera. La colonia proletaria Rubén Jaramillo y Florencio el güero Medrano, Ricardo Yanuel Fuentes se refiera a este experimento social y político como una “comuna popular en el Morelos de los años setenta”.
La experiencia autogestiva duró poco. En septiembre de 1973, apenas seis meses después de la fundación de la colonia, fuerzas militares y policiales ocuparon el asentamiento. Si bien la colonia continuó existiendo, el modelo asambleario fue desarticulado. Dichas acciones fueron reflejo de la postura del Estado frente a este tipo de iniciativas, las cuales solían ser vistas como amenazas al orden establecido y, en muchos casos, fueron respondidos con una combinación de cooptación y represión.
A pesar de los cambios sufridos, la colonia sigue existiendo (aunque sin el adjetivo “proletaria” en su nombre), erigiéndose como un testimonio vivo del pasado reciente y combativo de nuestro estado. Aunque su organización original fue desmantelada, el origen de la colonia es un recordatorio de la capacidad de los sectores populares para, en colectivo, disputar los rumbos de su presente y su futuro, incluso con los poderes políticos y económicos más dominantes.

Por último, para quien desee adentrarse más en esta y otras temáticas relacionadas, recomiendo la lectura de El poder viene del fusil. El Partido Revolucionario del Proletariado Mexicano y su legado en el movimiento maoísta, 1969-1979, un libro de mi amigo y colega el Mtro. Uriel Velázquez Vidal y publicado por el valioso proyecto editorial Libertad bajo palabra.
* Profesor de Tiempo Completo en El Colegio de Morelos. Doctor en Estudios del Desarrollo por el Instituto Mora
Fotografía: Uriel Velázquez Vidal, cortesía del autor.
