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¿Sabes qué es lo único que extraño de ser católica? Que tenía a quién rezarle. Es lo que me dijo María en su newsletter

Los últimos días del año hice un scanner rápido de mis necesidades y fortalezas. Qué sentía que flaqueaba y en qué iba más o menos bien o al menos remando.

Me di cuenta que me hacía, corrijo Me hace falta Dios.

No sé en qué momento rompí relación con el catolicismo. Mis padres nunca fueron muy devotos, lo más fuerte que conservo del catolicismo son dos memorias que están fuertemente ligadas al cariño de mi madre más que a Dios.

La primera es cuando de muy niño me llevaban a misa y yo me quedaba dormido en su regazo. La segunda es cuando empecé a viajar y en la puerta de embarque al avión ella me dio una medalla de la virgen. Y yo aún sin creer mucho, la conservo y custodio con fiereza, esa medalla se convirtió en un amuleto sagrado de protección. Cada vez que me siento tenso o angustiado la sostengo entre mis dedos y respiro hondo, en el fondo se que ese gesto no es otra cosa que volver a su regazo.

Tampoco sé si deje de creer cuando empecé a leer filosofía, o si fue Nietzsche, o Saramago, o cuando me enteré de los crímenes de la iglesia o de su discriminación hacia ciertos grupos, o si fue la política de derecha que usaba sus principios como bandera para hacerse los buenos. No sé, todo eso me resultaba enfermo y triste.

Después me hice al budismo y duré ahí algunos años, hasta que una de mis maestras murió y tuve que apagar mi corazón.

Lo que sí recuerdo es que a pesar de no creer en el catolicismo de vez en vez me paseaba por una iglesia o capilla, y fuera ahí o en el templo budista sentía una especie de paz y de conversación que no he conseguido en otro lugar ni con personas. Es como si las plegarias fueran a un destinatario en concreto, uno con nombre y apellido; Sidharta, Jesús, encima uno con domicilio y horas de visita.

Sé que mucho de esto es anestesiar el corazón y la existencia, pero imaginar que existe un cosmos que nos cuida, que en todo este inmenso caos, hay alguien que puso en orden galaxias y estrellas me trae paz.

Alguien que desde lo alto te mire con compasión, que te diga que confíes, que tengas paciencia, que no desesperes y que lo mejor de la fiesta está por venir, alguien que te ame sin ninguna cláusula, alguien que te diga que no estás huérfano en este mundo.

Bajo estos términos me es muy difícil imaginarme a ese “alguien” con una forma humana. Hace unas semana se paseó por la barda de mi casa una gata marrón, yo venía de correr y estaba descansando ahí, la gata llegó y se quedó unos momentos a mi lado. Nos hicimos cariños y compañía, yo nunca supe que necesitaba una gata en mi vida hasta que ella llegó.

Después se hizo rutina hasta que tuve que decirle adios, y siento que perdí algo, después entendí que tenía que ver con algo más, de la misma manera que yo no creía necesitar a Dios hasta que llegó a mí en forma de un ronroneo.

Lo único que puedo pedirle al cosmos es que me haga ver a Dios en esas formas incomprensibles, en la compañía de un gato, en la paz de un templo, en el amuleto de mi madre, en las conversaciones de noches tristes, en las plegarías desconsoladas, en la soledad infinita, en la sombra de un árbol o en el incendio del atardecer bajo el sentimiento de que alguien en todo este caos puso orden, que alguien dibujo galaxias y estrellas.

Que alguien en todo este caos nos cuida por igual.

Andrés Uribe Carvajal