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Huitzilac, un relato de horror (por las que no pudieron ser contados)

Héctor H. Hernández Bringas.

Huitzilac, para ciertos gustos, es un lugar privilegiado y hermoso, rodeado de un bosque exuberante y con gente buena. Pero lamentablemente carente de una autoridad que no sea la de los criminarles.

Los sucesos recientes de Huitzilac, que terminaron con el artero asesinato de tres personas, dos ellas trabajadores del Instituto Nacional de Salud Pública, me removieron recuerdos personales que hoy relato aquí brevemente y que da cuenta de cómo esa zona del estado de Morelos es, y ha sido desde hace mucho tiempo, prácticamente intransitablepor la presencia y actuación los grupos delictivos.

Una noche de mayo de 2010 (9 p.m. aproximadamente), regresaba de mi trabajo en la Ciudad Universitaria en el sur de la Ciudad de México. Iba con un compañero que también vivía en el estado de Morelos y frecuentemente hacíamos el trayecto juntos. Normalmente, tomábamos la carretera de cuota para después incorporarnos a la vía federal en tres Marías porque mi casa estaba en Huitzilac, y así“cortábamos” camino. Justo a la altura de la gasolinera de Tres Marías, al cruzar un tope, un auto atrás de nosotros nosimpactó levemente. Mi compañero quien conducía, bajo del auto para ver el daño y reclamar a los de atrás. No bien había descendido cuando lo amagaron con un arma de fuego. Ambos fuimos obligados a ocupar la parte trasera de nuestro vehículo en el piso, con la exigencia de no ver a la cara nuestros agresores.

Uno de ellos condujo nuestro auto con otro acompañantearmado que nos amenazaba. Otros nos seguían. Se dirigieron a la ciudad de Cuernavaca. Aunque no podía ver, lo suponía por lo sinuoso que es ese camino, lleno de curvas y bajadas. Después de un rato y de muchas amenazas de muerte, detuvieron la marcha. Extrajeron todas las tarjetas de nuestras carteras y una a una fueron pidiendo los NIPscorrespondientes para extraer el dinero en algún cajero automático. La advertencia era: “si mienten con las claves de las tarjetas, nos los chingamos”. Seguimos por horas metidos en la parte trasera del vehículo porque había que esperar a la media noche, para volver a hacer retiros de las mismas tarjetas en un nuevo día. 

Pasada la medianoche, pensé que simplemente nos dejarían libres. No fue así. Lo peor estaba por venir. Dijeron: “sabemos dónde vives, vamos para allá”. Supe entonces que ya desde antes me tenían en la mira, que la captura no fue al azar. Me preguntaron quien estaba en casa, si había perros, cámaras que debieran ser desactivadas. En casa estaba una madre con su hijo de 5 años, nuestro hijo. Muy difícil circunstancia de vida, en la que había que tomar decisiones instantáneas con una pistola en la cabeza. Llegando a casa me hice escuchar: “llévense lo que quieran, pero si la tocan a ella o al niño, nos tendrán que matar a todos”. Afortunadamente fui escuchado y hasta agradecieron mi voluntad de colaborar: “así me gusta, que coopere”. Todos fuimos recluidos en la recamara principal, maniatados, boca abajo y con dos tipos con armas largas casi encima de nosotros. Afortunadamente, el niño sólo despertó un momento para preguntar por qué tanto ruido. “son amigos de tu papá, no te preocupes”. Volvió a dormir, o por lo menos eso creí.

A lo largo de la noche, mucho movimiento. Movimientos de personas y vehículos, de camiones, al menos uno a juzgar por el ruido de los motores. Antes del amanecer volvió el silencio y la calma. Pude levantarme y cerciorarme que se habían ido. Todo, absolutamente todo se habían llevado. Pero nosotros afortunadamente estábamos vivos, aunque muertos de miedo. Mi compañero recibió un duro golpe en la cabeza en algún momento que quiso reaccionar. Yo le pedí que no lo hiciera más, que teníamos todo que perder. Nadie más salió lastimado físicamente, pero sufrimos un trauma que aún no se si ha sido superado.

Hago este relato de una experiencia personal porque los sucesos recientes me movieron esta fibra sensible y puedo entender las horas de angustia, dolor e impotencia de quienes fueron bestialmente asesinados en Huitzilac, y que no podrán contra su historia. pero también lo hago para referirme a la respuesta de las autoridades, del procurador del estado en aquel entonces, con quien me entrevisté al día siguiente. Me respondió lo mismo que se dijo ahora: “tenemos detectados a esos grupos delincuenciales, pero mejor le recomiendo que ya no circule por ahí, ¡cámbiese de casa!”

Todo esto que cuento sucedió en mayo de 2010, hace 13 años. Nada cambia a no ser para empeorar. Con todo y mi mala experiencia, tuvimos mucha suerte, otros muchos no la han tenido. En Morelos, sobrevivimos esperando que la fortuna nos acompañe, porque Huitzilac y muchas otras regiones de la entidad, son tierra de nadie. Corrijo: son tierra de los criminales, donde el estado es inexistente (o de plano cómplice).

En la marcha del jueves se pidió y justicia y se exclamó un ¡YA BASTA! Pero nadie escucha. Lo importante es la elección que viene. Los demás que se jodan.

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