De la sequía a las lluvias torrenciales
El fenómeno de pasar de sequías extremas a lluvias torrenciales es un claro indicador de la intensificación de los patrones climáticos.
El cambio climático ha causado un aumento en la temperatura promedio de la Tierra, lo que altera los ciclos naturales de lluvia. A medida que las temperaturas aumentan, los océanos se calientan y se incrementa la evaporación, esto genera más humedad en la atmósfera, creando las condiciones para lluvias más intensas cuándo ocurre una precipitación. Las regiones afectadas por sequías pueden sufrir un prolongado déficit de agua, pero cuando las lluvias finalmente llegan, tienden a ser torrenciales debido a la gran cantidad de vapor de agua acumulada en la atmósfera.
El calentamiento global está incrementando la intensidad y frecuencia de fenómenos meteorológicos extremos como huracanes, tormentas tropicales, frentes fríos y otros eventos que provocan lluvias torrenciales. Estos fenómenos tienden a concentrarse en periodos cortos de tiempo, descargando enormes cantidades de agua en pocas horas o días, lo que resulta en inundaciones repentinas después de un periodo prolongado de sequía.
Además, los patrones atmosféricos globales, como los vientos y las corrientes de aire, están siendo alterados por el cambio climático. Los fenómenos como El Niño o La Niña modifican los patrones normales de precipitación, provocando sequías más severas en algunas áreas y lluvias extremas en otras. Esto contribuye a que los periodos de sequía se prolonguen, seguidos de eventos de lluvias torrenciales cuando los patrones de circulación atmosférica cambian abruptamente.
En áreas afectadas por sequías, la falta prolongada de lluvias causa la desertificación y la pérdida de vegetación. Esto tiene un doble efecto: los suelos pierden su capacidad de retener agua y de absorber la precipitación de manera gradual. Cuando finalmente llegan las lluvias, el suelo seco no puede absorber el agua lo suficientemente rápido, lo que incrementa el riesgo de escurrimientos rápidos hacia los ríos, crecientes e inundaciones.
En áreas urbanas, las superficies impermeables de concreto y asfalto amplifican el impacto de las lluvias torrenciales. Durante los periodos de sequía, estas áreas acumulan más calor, creando islas de calor urbanas, y cuando ocurre una tormenta, el agua no puede ser absorbida, lo que provoca inundaciones repentinas. Además, la urbanización descontrolada y la destrucción de áreas verdes o humedales, que actuaban como zonas de amortiguamiento natural, agravan estos efectos.
Y no puedo dejar de mencionar que el ciclo hidrológico también está siendo alterado por las actividades humanas. La extracción excesiva de agua de cuencas y acuíferos, y la contaminación del agua, contribuyen a la incapacidad de algunas regiones para abastecer o distribuir adecuadamente el agua a lo largo del tiempo. Y la deforestación reduce la capacidad de los ecosistemas naturales para retener e infiltrar agua, lo que produce un doble impacto: por una parte, altera el ciclo del agua en las cuencas hidrográficas porque la no-retención de humedad contribuye al rápido escurrimiento de agua durante lluvias intensas, aumentando el riesgo de inundaciones. Por otra parte, al no permitir la retención e infiltración de agua hacia los acuíferos, disminuyen su recarga natural y la disponibilidad de ese recurso tan valioso.
En conclusión, la transición de sequías a lluvias torrenciales es resultado de un conjunto de factores interrelacionados, donde el cambio climático juega un papel central. Las alteraciones en los patrones climáticos globales, la pérdida de capacidad de absorción del suelo y los cambios en la circulación atmosférica y oceánica han intensificado tanto los periodos secos como los eventos de lluvias extremas. Esto presenta un desafío importante para la gestión del agua, la infraestructura urbana y la seguridad de las poblaciones, que deben adaptarse a un clima cada vez más extremo y variable.
*Profesor, consultor y gerente general de AQUATOR