

¿Niño o Niña? La incertidumbre climática
En este 2025, el clima global ha entrado en una etapa de transición que ya comienza a sentirse en nuestro país. Luego de una breve manifestación del fenómeno de La Niña entre diciembre del año pasado y marzo de este, los modelos climáticos indican que actualmente nos encontramos en una fase neutral. Esto significa que no predomina ni El Niño ni La Niña, y aunque ello podría parecer un alivio, en realidad introduce una alta dosis de incertidumbre sobre el comportamiento de las lluvias, las temperaturas y otros patrones meteorológicos en los próximos meses.

En la última década, el planeta ha oscilado entre eventos moderados y persistentes de El Niño y La Niña, con una frecuencia más alta que la habitual. Tuvimos un fuerte episodio de El Niño en 2015-2016, que trajo sequías intensas al sur de México; le siguieron varios años bajo la influencia de La Niña, incluyendo un ciclo particularmente largo entre 2020 y 2023. Estos cambios no solo han alterado los ciclos de lluvias y sequías, sino que también han amplificado los efectos del cambio climático, provocando temporadas más calurosas, ciclones más intensos y mayor estrés hídrico en regiones vulnerables.
La Niña, caracterizada por el enfriamiento de las aguas del Pacífico ecuatorial, tiende a provocar condiciones más secas en el norte del país y lluvias más abundantes en el sur. Sin embargo, este año su influencia fue débil y transitoria, y su final ha dado paso a un estado neutral que probablemente se mantendrá durante el verano e incluso hasta el otoño. Esta neutralidad impide hacer predicciones certeras: los comportamientos extremos se vuelven más erráticos y difíciles de anticipar, y la gestión de riesgos se complica.
En términos prácticos, lo que se espera en México es una variabilidad significativa en las lluvias: algunas regiones podrían enfrentar déficits hídricos, mientras que otras podrían registrar precipitaciones por encima del promedio. Lo que sí es casi seguro es que las temperaturas se mantendrán por encima de lo normal en gran parte del país, siguiendo la tendencia global del calentamiento. Estas condiciones, combinadas con suelos resecos y cuerpos de agua al límite, configuran un escenario propicio para incendios forestales, escasez hídrica y estrés agrícola, justo en el momento en que deberíamos estar preparándonos para la temporada de ciclones.
La temporada de huracanes, que comienza el 15 de mayo en el Pacífico y el 1 de junio en el Atlántico extendiéndose hasta finales de noviembre, también podría verse afectada por esta fase neutral. Aunque en años con El Niño tienden a disminuir los ciclones en el Atlántico y aumentar en el Pacífico, y en años con La Niña sucede lo contrario, en años neutrales el comportamiento es más incierto y puede variar ampliamente. Esto obliga a las autoridades de protección civil y a la población a mantenerse especialmente atentas, pues podrían presentarse eventos extremos sin aviso claro.
Frente a este panorama, resulta imprescindible fortalecer nuestras capacidades de adaptación. En lugar de depender únicamente de los pronósticos estacionales, que cada vez son más inciertos, México debe consolidar una política climática preventiva basada en información científica, monitoreo permanente, y participación social. Invertir en sistemas de alerta temprana, ampliar la cosecha de agua, proteger los ecosistemas que regulan el clima y garantizar el acceso equitativo al agua potable son pasos necesarios para enfrentar un futuro en el que la incertidumbre climática será la nueva norma.
*Profesor, consultor y gerente general de AQUATOR
