La luz y la oscuridad en el cine
(Primera parte)
El cineasta francés Jacques Loiseleux, en un hermoso ensayo sobre la importancia de la luz en el séptimo arte, abre su texto con las siguientes palabras: “Tanto al filmar como al proyectar una película, la luz hace visible la imagen. Sin luz no hay imagen. Además tiene otra función: la de dar sentido a la imagen mediante el modo en que ilumina el tema y la atmósfera emotiva que genera, haciendo que los seres y objetos aparezcan no sólo bajo su aspecto estético más favorable, sino también con plena coherencia para cada película”.
Todos los aparatos anteriores al cinematógrafo, que ya portaban en sí el material genético del cine, funcionaban a partir de principios en torno a la luz: teatro de sombras chinas, kinetoscopio, cámara lúcida, el descubrimiento de la persistencia retiniana, la fotografía, los lentes de cristal, el praxinoscopio. El cine es, en sí mismo, un arte rodeado y atravesado enteramente por la luz. La luz es la materia pilar del cine.
El uso obsesivo y preciso de la iluminación en el cine nos ha regalado algunas de las escenas más bellas e impactantes de la historia del arte. Muchas de estas escenas constan únicamente de efectos de luz, contrastes, perfección fotográfica, claroscuros: la más grande pureza del lenguaje cinematográfico.
En Metrópolis de Fritz Lang, el manejo de la luz está enfocado, a partir de juegos de luz y sombra, en brindar elementos visuales que definen los espacios arquitectónicos con claridad y pragmatismo. Cada nivel de la ciudad está impecablemente iluminado con distintas tonalidades convirtiendo la iluminación en un símbolo mucho más profundo que la simple disposición estética de los edificios y las máquinas, este símbolo atraviesa el discurso de la lucha de clases, pero también como el mismo Lang recordaba con nostalgia, una visión clara de lo que en aquellos años estaba surgiendo en el mundo: las grandes urbes.
Otro caso paradigmático fue Barry Lyndon de Stanley Kubrick que fue rodada enteramente en decorados de época y en luz natural (con velas en las escenas nocturnas o de interior), mediante objetivos de cámara muy luminosos y el tratamiento especial del negativo. Para poder rodar esta proeza sólo con luz de velas, además de usar películas especiales de alta ASA que le permitiesen capturar las escenas, Kubrick contó con la ayuda de la misma NASA. La Agencia Espacial le cedió unos objetivos especiales únicos en el mundo que por primera vez lograban pasar la línea de la relación de luz 1:1.8 y contaban con una apertura de diafragma de 0.7. Hasta el momento, ningún objetivo había superado la barrera del 1.8, pues una relación 1:1 (que era considerada perfecta) suponía que la cámara recibía exactamente la cantidad de luz que había, lo cual no era posible hasta el momento por la propia construcción de las lentes. Esto significa que el cineasta neoyorquino consiguió rodar con unas lentes que captaban más luz de la que había en la escena. Esto implicó varios problemas, uno de ellos a la hora de enfocar la imagen, sin embargo, Kubrick aprovechó la estética sombría de algunas escenas para homenajear a algunos de los cuadros más famosos del siglo XVIII.
La luz, también fue un elemento crucial para Ridley Scott en Blade Runner. Para la estética de este filme, el cineasta recurrió al uso intenso de luces duras para generar sombras que contribuyeran en la construcción de un clima de alto contraste. Uno de los aportes importantes en términos cinematográficos es que el director rompe el triángulo básico de iluminación, la forma en cómo se relaciona la luz con los personajes y los objetos es antinatural en muchos casos y eso revela una estética muy particular, sello innegable del filme. Algunos otros elementos visuales son la ausencia (o el uso leve) de luces de relleno en algunos planos, luces de fondo modificadas con filtros de color, esquemas menos usuales como las muy empleadas luces laterales (que dan lugar a la iluminación de sólo la mitad del rostro de los personajes), o la utilización exagerada del contraluz.