El valor del silencio en el cine
A finales del siglo XIX, el escritor ruso Máximo Gorki asistió a una de las primeras proyecciones del prodigioso invento de los hermanos Lumière en Rusia. Después de esa experiencia, publicó un artículo titulado “El reino de las sombras”, en el que habla de “un mundo sin sonido ni color”.
Al parecer, lo que más perturbó a Gorki del nuevo artefacto fue el silencio, la mudez del cine. En la proyección ve las calles de París, la gente que sale de las fábricas, los trenes que llegan… pero no oye nada: “No es la vida sino su sombra; no es el movimiento sino su espectro silencioso”, nos dice. “Todo es grisáceo, pero familiar. En medio de todo, un silencio extraño, sin que se escuche el rumor de las ruedas, el sonido de los pasos o las voces. Nada. Ni una sola nota de esa confusa sinfonía que acompaña siempre los movimientos de las personas. Calladamente, el follaje gris ceniza de los árboles se balancea con el viento; las grises siluetas de las personas, condenadas al eterno silencio y cruelmente castigadas al ser privadas de todos los colores de la vida, se deslizan en silencio sobre un suelo gris”.
Casi cuarenta años después, Aldous Huxley fue testigo del nacimiento del cine con sonido. En el texto “El silencio es oro”, desde el título el autor de Un mundo feliz deja claras sus ideas sobre el cine sonoro y reprocha el nuevo aporte que, según él, vendría a vulgarizar al séptimo arte: “Vi y escuché, en aquella sala maloliente del Boulevard des Italiens donde se había instalado, el último y más espantoso artefacto anticreativo para la producción de diversión en serie”.
Lo nuevo desconcierta. Esto ha sucedido a lo largo de la historia con todos los inventos: primero causan rechazo, con el tiempo se ganan poco a poco la aceptación del público y, después, en cuanto surge alguna variante de la idea original, aparece una horda de defensores de lo antiguo y lo clásico. El cine no fue la excepción: en un principio se concibió como una creación casi infernal por su carácter silencioso, y luego, cuando la tecnología del sonido invadió las salas de cine, se le calificó como algo vulgar y falto de magia.
A nuestras generaciones les resulta difícil concebir una película sin sonido, sin diálogos y sin música. No obstante, filmes como El artista de Michel Hazanavicius, que ganó el Óscar a la Mejor Película en 2011, o Blancanieves del español Pablo Berger, han revivido la pasión por el cine mudo y demostrado que es posible contar historias entrañables utilizando el silencio y el sonido mudo de la imagen.
Un mudo no habla, pero emite sonidos inarticulados; los produce con su cuerpo. Definitivamente no es silencioso. Sus gestos, sus movimientos, su despliegue por el espacio y sus balbuceos involuntarios dicen cosas; cada sonido comunica algo aunque no pueda tejer palabras en voz alta. Un mudo siempre halla la forma de expresarse. El cine nunca fue silencioso bajo ese entendido. Quizá habría que separar sus elementos para determinar que solo algunos aspectos del cine eran mudos, mientras que el resto de la experiencia cinematográfica estaba plagada de sonidos y ruidos.
El cine mudo enfatizaba, exageraba en aras de lo narrativo, promovía la hipérbole de gestos, alcanzando su cénit en La pasión de Juana de Arco (La passion de Jeanne d’Arc, 1928) de Carl Theodor Dreyer.
En la industria cinematográfica, específicamente en la industria de Hollywood (y en el cine comercial de países que reproducen estas fórmulas), el silencio es quizá una de las estrategias que corren el riesgo de extinguirse porque parece que no queda espacio en el vórtice de las imágenes, la acción imparable y constante para el silencio y sus matices. Pero es verdad que cuando hay silencio podemos escuchar la música de la luz. Bresson dice: «Un solo misterio el de las personas y de los objetos (…) Es preciso que los ruidos se conviertan en música (…) Un sonido nunca debe acudir en auxilio de una imagen, ni una imagen en auxilio del sonido (…) La imagen y el sonido no tienen que prestarse ayuda, sino que han de trabajar cada uno a su vez por una suerte de relevo».
Fotograma de An Unseen Enemy (1912) D.W. Griffith, con Lillian y Dorothy Gish. Cinefilia, Blog