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La maternidad y el horror



Viernes 13 (1980), el clásico de Sean S. Cunningham, es en cierto modo una versión invertida de otro clásico del cine de horror: Psicosis (1960). En la cinta de Hitchcock se nos revela al final que el espectro de la madre controladora es el responsable de los crímenes de Norman Bates, mientras que en Viernes 13, es al contrario. La madre es quien comete los crímenes en venganza por la muerte de su pequeño.

Mucho se ha hablado en torno al giro de tuerca que inmortalizó, Psicosis, película inspirada en la vida y obra de Ed Gein, quien después de la muerte de su madre se desmoronó y terminó teniendo sexo con algunos cadáveres del cementerio local y más tarde, asesinando a mujeres que tenían un parecido físico con su progenitora. El psicoanálisis por su parte ha utilizado el argumento de la cinta para teorizar en torno al sexo y la violencia y la delgada línea que separa (¿o une?) ambos conceptos. La escena de la regadera, por ejemplo, es según el crítico de cine francés, Serge Kaganski: “tan temida como deseada».

En su documental The Pervert’s Guide to Cinema (2006), el filósofo lacaniano, Slavoj Žižek señala que la mansión de Norman Bates tiene tres plantas, que coinciden con los tres niveles que el psicoanálisis clásico atribuye a la mente humana: el primero sería el «Superyó», en el que la madre de Bates vive; la planta baja sería el «Yo», donde Bates funciona como un ser humano aparentemente normal y, por último, el sótano al cual Bates baja el cadáver de su madre, que sería el «Ello» o inconsciente, como símbolo de la conexión que se postula hay entre el Superyó y el Ello. Y el cuerpo putrefacto de la madre, como ese objeto obsceno que nunca podemos satisfacer y mucho menos mostrar al mundo exterior.

Un elemento importante, según el mismo Žižek, es el de la voz. En Psicosis, la voz sin cuerpo funge como un símbolo de lo perturbador. Escuchamos a la madre de Bates, pero no existe un vínculo físico o un referente en la pantalla que nos muestre su rostro. Al final, el cadáver de la mujer tampoco representa al emisor. La voz ha encontrado un canal a través de Norman de forma artificial. Esto es lo que denomina Deleuze “el órgano sin cuerpo” y según Žižek, este concepto coincide con la pulsión de muerte de Freud y se ejemplifica no sólo con la voz, sino con otros elementos autónomos como la sonrisa del gato Cheshire de Alicia en el País de las Maravillas o en el puño de golpeador de Edward Norton en El club de la pelea. La madre de Jason Voorhees es un órgano sin cuerpo a modo de ventrílocuo. La idea es llevar un cierto personaje hasta sus límites más obscenos. Por ejemplo en El Exorcista, en donde vemos a una niña encantadora ser invadida por una voz ajena que maldice más allá de lo imaginable. En el caso de Viernes 13, nos encontramos ante una madre sedienta de venganza que asesina a una docena de jóvenes.

Viernes 13 no es simplemente un caso de whodunit (una estructura de la novela policíaca que introduce un personaje que no había aparecido hasta entonces, resolviendo así gran parte de la trama) sino que lleva al límite el elemento de la voz al eliminarla hasta una de las secuencias finales, cuando también escuchamos al mismo Jason pedirle a su madre que mate por él. Para ello, Cunningham utiliza la cámara subjetiva en todos los asesinatos, evitando que aparezca el asesino en escena. Resulta irónico descubrir que la figura de Jason cobró importancia en sus secuelas, y no en esta primera parte donde no participa sino como el móvil de las muertes: su madre está vengando lo que ella considera una muerte injusta. Al final, en una escena muy ambigua aparece el mismo Jason, pero sin la máscara de hockey que lo caracteriza. Finalmente no queda claro si es algo que ocurre en la realidad de la película o si se trata de un sueño de la única sobreviviente. En la segunda parte Jason se convierte en el asesino, retomando así la trama planteada por Psicosis: el hijo, incapaz de superar la pérdida de su madre, vuelca su ira en esos desconocidos que llegan hasta Crystal Lake.

La figura de la madre casi siempre juega un papel importante en el desarrollo del terror, pero casi siempre bajo la premisa de que el horror ocurre cuando éste alcanza a sus hijos, por ejemplo: en El Exorcista, filme en el que una madre debe enfrentar la más monstruosa transformación de su hija para cuestionar sus propias creencias o en La Profecía donde se cuestiona el alcance del amor maternal.

La presencia de un elemento sobrenatural, en este caso, la posibilidad de que su hijo sea malvado, lleva a la madre a intentar asesinar a su vástago. Un argumento similar se vive en We need to talk about Kevin, película de Lynne Ramsay que aborda distintas preguntas en torno a la maternidad. ¿Un hijo es malvado por el desprecio de una madre o un hijo es malvado de nacimiento? Lo anterior emerge cuando el hijo, ya en la adolescencia perpetra una masacre en su escuela, despertando una culpa en la madre, quien no logra descifrar si su papel como madre fue el correcto o si al contrario afectó a su hijo al grado de convertirlo en un psicópata. En la película de Donner, el hijo es el Anticristo (la noción más extrema de maldad) y con ello derrumba la idea de “amar a los hijos con todos sus defectos”. Y al mismo tiempo ataca uno de los principales mandamientos de la tradición judeo-cristiana: “honrarás a tu padre y a tu madre”. Contrario a lo que ocurre aquí, en El bebé de Rosemary, la madre trasciende el horror de que su hijo sea el mismo hijo de Satanás y decide amarlo por sobre todas las cosas.

Tanto en Viernes 13 como en Psicosis podemos ver esos dos aspectos de la figura de la madre. Por un lado, la sobreprotección, el maltrato y el trauma, y por otro, la entrega total que rebasa cualquier límite, incluso hacia un terreno que ya no le pertenece al amor sino al terror y la muerte.

Fotograma de Psicosis (1960) Alfred Hitchcock / Paramount Pic.