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Notas de gracia

(Primera parte)

 

Hace unos días encontré un verso de Marosa di Giorgio que llamó mi atención. Dice: “La luna inventa un pueblo blanco en las colinas”. Distintas imágenes vinieron a mi mente de inmediato. La primera, una fabricación de ensueño de mi infancia, conformada por dos referencias. El último segmento de Fantasía de Walt Disney, contrapone dos piezas musicales, tan distintas entre sí, que combinan perfectamente. Antecede “Night on the Bald Mountain” de Modest Mussorgsky y concluye la mundialmente famosa «Ave María» de Franz Schubert.

Musical y dramáticamente, y en conjunto, el segmento enfrenta a las fuerzas sagradas de la luz, contra seres de la oscuridad. El poema sinfónico de Mussorgsky alude a la “Montaña Calva”, que según la tradición, es el lugar de reunión de Satanás y sus seguidores. Bajo su hechizo, bailan furiosamente hasta que llega el amanecer y el sonido de las campanas de la iglesia y los rayos matinales envían al ejército infernal de regreso a sus moradas de oscuridad. Así inician los acordes del «Ave María», como un mensaje de triunfo de la vida y de la calma.

La imagen que me interesa es la de una larga fila de figuras difusas (se puede intuir que son monjes, peregrinos o monjas), cada una con una fuente de luz dorada, que aparecen gradualmente. Primero, atraviesan un puente frente a un lago o río y las luces de las antorchas se reflejan, también borrosas sobre las aguas. Las siluetas avanzan –todavía de madrugada– por una colina de poca pendiente, entre altos árboles de ramas verticales que se cierran entre sí. Es evidente que está amaneciendo, pero conforme la hilera avanza, la imagen se torna más oscura. La conjunción de la luz lunar, que aún rige en las alturas y la decisión estética del filme animado de difuminar las formas, me hace pensar en ese “pueblo blanco” que la luna inventa en el verso de Marosa di Giorgio. Esos cuerpos que avanzan entre la primera luz del amanecer y la densa tiniebla que la precede, sólo existen bajo esa luz. O mejor dicho, su beatitud se ilumina en un instante puro.

Pienso en la inmanencia como una vida, tal y como la describe Deleuze. Una vida que no pertenece a nadie en específico. Es como un flujo vital que trasciende las fronteras de lo individual. En ese caso no importa si son monjes o peregrinos o humanos siquiera, sino el flujo que emanan. Son vida en un estado puro. Son similares al río que cruzan. El río no pertenece a una gota de agua en particular, sino que fluye de manera constante y es más grande que cualquier gota individual. La vida pura de la que habla Deleuze es como ese río y esa fila luminosa: un flujo continuo que está a punto de regresar al flujo general de la existencia.

De manera constante cito o hablo de Leap of Faith, documental en el que William Friedkin revela la estética e ideas detrás de su fascinante filme The Exorcist. Casi al final, habla de un concepto que él denomina notas de gracia. Lo hace al analizar un cuadro de Vermeer en el que un pequeño rayo de luz ilumina la esquina de un edificio en la ciudad de Delft. «Oh, es una cosita tan inesperada. Encuentro eso tan simple y tan profundamente conmovedor. No es sólo una pizca de realidad. Es una pequeña nota de gracia». Creo que esa luz de la luna es la de la poesía. Aquella que arroja una ráfaga de luz, sobre algo inesperado, una nota de gracia sobre la que nadie repara, pero sobre la cual pende la existencia.

Imagen cortesía del autor

Davo Valdés de la Campa