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Danza y poesía

 

Extrañamiento. Eso es lo que sucede cuando el cuerpo se rebela contra el movimiento automatizado y el lenguaje contra la inercia del sentido. Poesía y danza contemporánea comparten esa voluntad de romper con la forma dada, con la estructura fija que nos obliga a transitar el mundo de una sola manera. Ambas disciplinas se inscriben en la fisura, en la posibilidad de hacer tambalear lo cotidiano. Tanto la poesía como la danza contemporánea nos desafían, nos desconciertan. Expanden la forma en cómo concebimos los límites del lenguaje y lo que el cuerpo puede hacer.

Durante la 7ª edición del Festival Danzar para el Encuentro, el escritor y bailarín Ricardo Lozano me invitó a pensar en cómo la escritura y el lenguaje poético pueden abrir un espacio de verdadera interdisciplina para los bailarines. De esa pregunta nació un taller donde la poesía y el movimiento se encontraron en su resistencia común: la suspensión de lo utilitario, la fractura del signo establecido, la exploración de nuevas formas en los procesos creativos, que profundicen en las fronteras que hemos establecido y que busquen empujar un poco más a través del estímulo de la imaginación poética.

Si la danza contemporánea escapa de la métrica clásica para habitar otros ritmos y formas, la poesía hace lo mismo con la lengua: desactiva su función comunicativa y la convierte en un espacio de contemplación, como dice Byung-Chul Han. La poesía no informa, sino que hace visible el acto mismo de decir. Su ritmo no responde a la prisa del mensaje, sino a una cadencia que arrastra el tiempo hacia otra densidad. Como en la danza, el cuerpo en el lenguaje se vuelve consciente de su propia estructura y, en ese reconocimiento, la subvierte.

Pensemos en «Instrucciones para subir una escalera» de Cortázar: desarticula un gesto cotidiano y lo vuelve extraño. Lo prolonga, lo expone, lo convierte en una coreografía del pensamiento. Algo similar ocurre con la poesía y la danza: ambas desautomatizan la percepción y revelan la técnica que sustenta el movimiento o la palabra. Como dijo Shklovski, crean formas complicadas para prolongar la experiencia, porque la percepción es un fin en sí misma.

En esta tarea de desautomatizar al cuerpo definido en una identidad esencial y al movimiento corporal prefigurado, opera un extrañamiento que invita a quien crea y mira a construir desde lugares inusuales con una intención que nos quiebra y nos amplía la manera de ver el mundo.

En el taller, exploramos la estructura del poema y los elementos formales que lo componen y lo potencian. Nos preguntamos en conjunto qué herramientas expanden el uso de la lengua en el lenguaje poético y cómo ese extrañamiento puede trasladarse al movimiento y generar movimientos con intención imaginativa. Pensamos en la danza no solo como un reflejo del verso, sino como una extensión de su ruptura. Descubrimos que tanto el cuerpo como el lenguaje pueden ser esculpidos para desafiar lo evidente, para hacer del arte un espacio donde el mundo vuelve a presentarse como algo nuevo, algo por descubrir.

Ver el mundo de forma poética implica asumir que todo, incluso lo que parece ajeno a la poesía, puede revelar su fulgor si se le mira con los ojos adecuados. Como dice Mircea Cărtărescu: «No me interesan los personajes, ni la trama, sino lo poético de los libros y los sentimientos que se encuentran». La poesía no es un género, sino una forma de estar en el mundo. Aunque se despliegue en novelas, ensayos o incluso en libros científicos, su esencia persiste: el deseo de capturar lo inasible, de abrirse a nuevas posibilidades de significado. Quizá por eso, aun sin proponérselo, todo acto artístico que transforma nuestra percepción del mundo es, en el fondo, un acto poético.

Davo Valdés de la Campa