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Davo Valdés de la Campa

Muchos le atribuyen a D. W. Griffith el primer close up de la historia del cine en su filme The Lonedale Operator de 1911, sin embargo, en 1903, ocho años antes de la película de Griffith y seis años después de que se inventara el cinematógrafo, un cineasta británico ya había utilizado la técnica del close up en un cortometraje titulado Sick Kitten. George Albert Smith fue un pionero que cambió el curso del cine en muchos sentidos. Primero, por entender el valor emotivo de la técnica del close up, acercando a los espectadores a la acción de una forma inaudita, como nunca antes se había hecho; y segundo, porque decidió utilizar dicha toma para mostrarnos un adorable gato. La escena nos muestra a una pequeña niña cuidando a un gatito enfermo (de ahí el título del cortometraje). El acercamiento de la cámara ocurre cuando ella intenta darle medicina con una cuchara y percibimos el movimiento de la cámara, aproximándose de manera dramática hasta que observamos en primer plano el rostro entero del minino sufriendo los estragos de la enfermedad, mirada enternecedora, lagañas; y la persistencia de la niña por curarlo a través del movimiento de su pequeña mano sosteniendo una cuchara. A ese close up inaugural le debemos sin duda una de los planos más utilizados en el cine. Uno que nos permite mirar de cerca detalles, gestos íntimos apenas perceptibles. Resulta además conmovedor que la mirada que se haya decidido capturar en ese momento haya sido la de un gato porque con ello se inauguró otra tradición. La de incorporar a estos animales al séptimo arte. Pienso en dos escenas icónicas que lo corroboran.

La primera en The Godfather (1972) de Francis Ford Coppola. La película comienza con Don Corleone (interpretado por el legendario Marlon Brandon) sentado en su escritorio, en la oficina en la que reparte favores y recibe tributos el día de la boda de su hija. Mientras esto ocurre un gato gris reposa en su regazo y el patriarca de la mafia lo acaricia. La historia detrás de esta mítica escena cuenta que Marlon Brando encontró al gato en el plató antes de filmar y espontáneamente decidió llevar al animal al set e involucrarlo como parte de la narrativa. Francis Ford Coppola decidió dejar la escena del gato ya que aportaba empatía al personaje de Vito Corleone. De esta forma, lo que fue un afortunado imprevisto, terminó convirtiéndose en una de las escenas más recordadas de la historia del cine de nuevo con un gato como co-protagonista.

La otra escena pertenece al clásico La Dolce Vita (1960) de Federico Fellini. En la película, Sylvia (interpretada por la diosa Anita Ekberg), que interpreta a una famosa actriz estadounidense, desaparece de una fiesta durante una visita a Roma. Marcello Mastroianni, cuyo personaje es un engreído y encantador periodista de farándula, la persigue hasta un callejón. Cuando la alcanza se percata de que ella está acariciando un gatito blanco. Sylvia juega con él y encaprichada le pide a Marcelo que consiga leche y él, desconcertado, busca la manera de cumplir dicho deseo. Este es en realidad el pretexto que desencadena una de las secuencias más icónicas del neorrealismo italiano. La cámara persigue a la diva por las calles de Roma, mientras ella maúlla, se ríe, gime y mima al gato, lo coloca sobre su cabeza y de pronto, se detiene, absorta frente a la Fontana de Trevi, la más ambiciosa fuente barroca de la península itálica. Emocionada deja al animalito en el suelo y atraviesa el agua que le llega hasta las rodillas. Él llega un poco después y la encuentra bañándose en la cascada de la fuente, con el cabello suelto y los hombros desnudos. Sin pensarlo entra en la fuente y en uno de los momentos más hermosos del cine. Se detiene frente a ella e intenta tocar su rostro, pero se detiene, como si una fuerza le impidiera moverse, como si no pudiera soportar tanta felina belleza.