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El uso del lenguaje incita a utilizar los términos: borde, frontera y límite de manera indiscriminada, sin embargo, hacer una diferenciación entre ellos ayuda a complejizar las dinámicas existentes de la frontera Estatal-administrativa, del espacio y del territorio. En ese sentido este texto propone revisar de manera sucinta algunos conceptos para comprender “la arquitectura fronteriza” en un sentido amplio de la palabra.

La frontera es desconocida, se encuentra en el horizonte, ya sea físico territorial o del conocimiento. El límite parece ser una línea divisoria sin mucho grosor que hace una diferenciación entre un aquí y un allá, pero también entre un esto y un aquello. El borde está dotado de campos y de escalas alrededor del límite. La grieta es lo abierto, roto o liminar. Es decir, la frontera la encontramos en lo desconocido, el límite es aquella línea que nos permite comprender un adentro de un afuera y el borde es un lugar que podemos denominar “Borderland”: una zona en dónde se viven esas tensiones cartográficas. La grieta son aquellos recovecos que permiten la conexión, ruptura, reforzamiento, entrada, salida y reconfiguración de dichos espacios.

La pregunta aquí es ¿cómo estas palabras abonan a comprender la arquitectura fronteriza? Pero por partes. La arquitectura se entiende como una técnica, un arte y un diseño del espacio. Es la gestión proyectiva del hacer sobre una estructura. Desde esa manera de hacer se pretende dar forma a través una o varias perspectivas éticas y estéticas al objeto-sujeto en cuestión. En ese sentido, la frontera o lo desconocido va tomando forma y se transforma en la gestión del movimiento, del acercamiento y de la lejanía. La frontera y su arquitectura en occidente tienen una propia idea estética: normalmente una idea dual, lineal y poco matizada. El adentro y el afuera juegan un papel importante, aunque no central de la idea de la frontera, porque a veces, las fronteras también son centros e incluso métodos.

Pensar en la existencia de una o varias arquitecturas fronterizas permite comprender acercamientos tempranos al movimiento y al desplazamiento de las identidades. Abordar la idea del yo y el otro como construcción premeditada en occidente es un tajante adentro y un tajante afuera. No es un -yo estoy adentro porque tú estás afuera-, tampoco un -tú estás fuera porque yo estoy dentro-. Además, las formas de acercamiento entre el yo y el otro normalmente son construcciones prediseñadas; es decir, aquellos puentes están delimitados por figuras prediseñadas para su conexión.

Por eso es tan importante la grieta como idea central de des y reordenación de dicha arquitectura, porque la grieta rompe, conecta, refuerza y reconfigura dicha estructura ya planteada. Pero cuidado, tal como hace una persona con el cincel, la grieta también puede tener una función para dar forma de manera deseada a una obra, o puede ser el golpe que parta la piedra.

Mientras que el borde sigue siguiendo objeto de centralidad, sobre todo porque las dinámicas generadas entre un choque de límites permiten juegos e intercambios que no pueden darse entre espacios del “adentro” y del “afuera”. Por ejemplo, la música que se puede compartir entre dos personas, así como su retroalimentación gusto o hastió de ellas es una experiencia nutritiva para ambos sujetos. Se nutren de ese choque de gustos y de saberes, algo que no ocurriría si no existiera la singularidad permitida por la arquitectura fronteriza.

En aras de ganar cierta generalización, temo que lo antes mencionado pierda sentido, divulgación y explicación. Aún bajo la condena de sufrir el aburrimiento de quién lee este texto o de la premisa del que nada sabe y nada explica porque nada teme, me parece que lo antes mencionado tiene aplicación en distintos sentidos. La arquitectura fronteriza y su vocabulario puede ser entendido en ideas identitarias, del espacio, del territorio, de procesos sociales, políticos, económicos y culturales.

*Momoxca, internacionalista, escritor y migrantólogo.