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*Miguel A. Izquierdo S

 

A principios de los años “ochenta”, los trabajadores de la Universidad Pedagógica de Morelos, en la que todo su alumnado estaba compuesto por profesores y directores de educación básica pública, pronto entablamos conocimiento y simpatía con su movimiento magisterial en curso. Durante los años 1980 y 1981 había ocurrido el gran paro indefinido que conmovió al Estado de Morelos, como a los de Michoacán, Oaxaca y Chiapas, por lo menos. En esos años éramos apenas 25 trabajadores entre administrativos y académicos, y en automático en lo sindical habíamos sido adscritos al SNTE (sin pago de cuotas) y por entonces se llegó el momento de elegir delegado al Congreso de renovación del Comité Ejecutivo de la Sección XIX del SNTE en Morelos. Fui electo en una asamblea general de la Unidad como delegado, y en ella resolvimos también adjuntarnos a la representación del Consejo Central de Lucha Magisterial (CCLM), organización opositora a la corriente sindical dominante autodenominada con pompa “Vanguardia Revolucionaria del Magisterio”, sí, la que había fundado el cacique Jonguitud Barrios en SLP, años atrás, quien asegura Elba Esther Gordillo que fue su gran maestro. 

Dos compañeros del CCLM que a su vez eran colegas en UPN y profesores de educación básica me orientaron para presentarme al Congreso, junto con los demás delegados de esa organización. Mi primera sorpresa fue que nos citaran a las 19 horas en una calle del centro de Cuernavaca y no por la mañana en algún auditorio de la ciudad, propio para congreso. A falta de teléfono en nuestra casa, avisé a mi esposa que seguramente regresaría si bien nos iba por el mediodía del día siguiente, terminado el congreso, pero más probablemente por la tarde del día siguiente. Llegué al lugar de la cita y pregunté extrañado a los compañeros delegados de qué se trataba “eso” de citarnos en plena calle. Aclararon que pasaría por nosotros un camión que nos trasladaría a la sede. Pregunté dónde sería y la respuesta fue la segunda sorpresa:  No sabemos, pero hacia allá iremos apenas nos avisen dónde.  ¿Cómo que no saben? —pregunté.  Respondieron: “a la cúpula del SNTE le apura que si nos enteramos con antelación de la sede, vayamos a “tomarla” y a boicotear el congreso, ya estamos acostumbrados, son así, pero el acuerdo es que nos avisarán aquí del lugar y ahí llegaremos en el camión. 

Me pareció un absurdo y por lo tanto, incomprensible que así lo hicieran. Pregunté a otros tres delegados de tales circunstancias y con sonrisas comprensivas me iban respondiendo lo mismo, pues en cada pregunta iba yo demostrando mi falta de “cultura magisterial”. 

Ahí estábamos en la calle, a la espera y hasta cerca de las diez de la noche llegó el autobús. Subimos y ahí continuamos esperando. Nos cansamos también de esperar sentados, por lo que subíamos y bajábamos para no aburrirnos. A las once de la noche llegó el aviso de que nos trasladáramos a Cocoyoc, que allá sería el congreso.  ¿En Cocoyoc? —pregunté.  Sí, puede ser en cualquier lugar —me aclararon.  ¿Y en qué lugar de Cocoyoc? —insistí.  Lo sabremos al llegar ahí, probablemente en el Hotel—Balneario de la Hacienda. 

Me sentí burlado, desprotegido, sin posibilidades de avisar a la familia del destino incierto, de la hora y de las circunstancias tan extrañas del maldito congreso. Avanzó el autobús hacia Cocoyoc y llegando al Hotel, un mensajero a la espera informó al chofer y a quienes nos guiaban que el Congreso sería en Cuautla, se trataba de un cambio de última hora. El juego del laberinto continuaba, sin poder adivinar su desenlace. Nos dirigimos hacia la alameda de Cuautla, donde tendría lugar la segunda cita. Ahí llegamos a las doce y media. Tenía sueño, pero la novedad de la aventura me obligaba a estar alerta. Llegamos a la plaza y hasta ese momento se nos informó que el congreso se realizaría en el Cine que está junto a la alameda. 

Desde el camión se veía una turba de más de cien personas en esa plaza, que se empezó a formar en dos filas, como en vallas, para recibirnos desde la bajada del camión hasta la entrada al cine. ¡Qué extraño recibimiento para esas horas! Bajamos todos y al iniciar nuestro andar entre ellos por la plaza empezaron los gritos ofensivos de esa turba organizada. Burlones, sacaron de atrás de sus cuerpos unos palos largos de un metro y medio de largo y de por lo menos pulgada y media de gruesos, nuevos, y los blandieron amenazantes contra nosotros mientras nos gritaban. Yo estaba impávido, arrepentido de caer en aquella trampa, sin saber qué hacer, y fueron un par de profesores del CCLM los que me reconfortaron: “no pasa nada Miguel, sólo amenazan, así es esto”. Se me hizo eterno cruzar los cincuenta metros entre el camión y la entrada al cine, en mediode la gritería ofensiva, insulsa, y los movimientos de los palos. Vi el fin de las vallas y en el penúltimo lugar de la fila derecha, reconocí a uno de mis más destacados alumnos, aullando intimidante. 

Me detuve un segundo frente a él, clavándole la mirada, incrédulo. Durante nuestras clases él había demostrado ser estudioso, de carácter suave, muy comprometido con sus estudios. Me reconoció y primero bajó la vista, luego bajó el palo que blandía en lo alto. Esa fue mi primera entrada “triunfal” a un congreso del SNTE. 

Una vez que estuvimos en el cine, pude ver que éramos los primeros en llegar. En tanto constituíamos una minoría los delegados del CCLM, nos ubicaron en las filas traseras, pues se veían apartadas las delanteras para los de “Vanguardia” como para las cúpulas sindicales, que también se autodenominaban “institucionales”. En el estrado había decenas de sillas para quienes presidirían la sesión. Me imaginé lotardado que sería el protocolo de presentación de tantas “autoridades sindicales”, como solían decir. 

La espera se prolongaba, ya era la una y media de la mañana y seguíamos ahí soñolientos los cuarenta delegados del CCLM. Sólo tres de los delegados nuestros fungían como puente con los organizadores del congreso. Nos informaron que “se estaban poniendo de acuerdo con el programa”. Ahí continuamos la espera una hora más, hasta que llegaron nuestros líderes a informarnos de “los acuerdos”. El Comité Ejecutivo Nacional del SNTE, el Comité Ejecutivo Estatal de la Sección XIX del SNTE y los líderes locales del CCLM, acordaron conformar de manera conjunta el nuevo comité ejecutivo estatal de la Sección XIX, cediendo cuatro lugares o carteras, al CCLM. “El objetivo ha sido logrado”, dijeron, así que nos podíamos evitar los protocolos, la sesión y el congreso, pues “se había dado un gran paso, el reconocimiento formal de esta expresión sindical en el seno del comité ejecutivo estatal”. Podíamos ya emprender el regreso a Cuernavaca, o quedarse en Cuautla, los que provenían de esa región. 

Esa fue mi primera participación en calidad de presa ingenua en un congreso estatal del SNTE, que nunca inició, nunca fue congreso, pues pudieron ahorrárselo con la negociación en lo oscurito, entre los líderes de las fuerzas vivas del magisterio estatal. 

*Académico de la UPN Morelos

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