

El experimento de la prisión de Stanford y la ESPM
A principios de la década de los 70, el psicólogo estadounidense Philip Zimbardo realizó un experimento social: construyó una prisión simulada en el sótano del departamento de psicología de Stanford, y eligió a 24 estudiantes, a quienes les asignó aleatoriamente el papel de “prisioneros” o “guardias”. El experimento tenía por objetivo investigar los efectos psicológicos del poder percibido, simulando un entorno carcelario.

A cada grupo de participantes se les proveyó de vestimentas propias del personaje que encarnarían: uniformes, gorras y gafas para los guardias, mientras que a los prisioneros se les asignaron números, y se les trató desde un inicio cual si fueran prisioneros reales. El experimento, que debía durar dos semanas, se descontroló rápidamente, y tuvo que ser cancelado en apenas seis días, ya que los guardias comenzaron a abusar de su poder, humillando y sometiendo a los prisioneros a maltratos psicológicos. El experimento demostró cómo el poder percibido, así como los roles asignados en una determinada situación, pueden influir en el comportamiento humano.
Traigo este relato a colación puesto que recientemente se llevaron a cabo elecciones para una nueva “Asociación de Estudiantes” en la ESPM, y cual si del experimento de Zimbardo se tratara, el proceso se salió de control rápidamente: cada planilla —y miren que yo figuraba en una de ellas—, así como de los estudiantes que apoyaban a una u otra, se metieron en el papel que la situación les asignó, y rápidamente encarnaron a los personajes propios de la política mexicana (porque esa es la política que hemos aprendido, desde luego).
El proceso finalizó esta semana. La planilla en la cual yo figuraba fue elegida. Ahora somos la nueva AEESPM (aunque, con todo rigor, iniciamos formalmente a partir del 03 de abril). Cualquiera diría que en mi actual posición no debería escribir al respecto. Pero debo hacerlo, porque no creo que tenga mérito ser elegido para eso, ni que traiga consigo el más mínimo ejercicio del poder, aunque, como Zimbardo lo demostró, no se trata del poder que se posee, sino del que se percibe.
Hace tiempo que dejé de creer en la democracia representativa. Desde que tengo edad para votar sólo lo he hecho una vez, pero rápidamente me desencanté de esa simulación de democracia, y desde entonces hasta ahora no he vuelto, ni volveré nunca, a votar —de hecho, me permito una confesión, querido lector: yo mismo no voté en este proceso electoral. No voté ni por mi propia planilla.

Coincido con mi mejor amigo, quien opina que ejercicios como éstos, no son más que “maquetas” del poder. Simulaciones. ¿Qué poder puede tener un estudiante electo al interior de una Asociación de Estudiantes? Ninguno. Sáquenlo del campus institucional del que forma parte: ¿qué poder tiene afuera de él? ¡Ninguno!
Pero más allá de eso: ¡la política no se trata —no debería tratarse— de la toma de ningún poder!, como hemos aprendido a lo largo de la historia, y más aún en este maltrecho país. A esa política me niego. Rehúyo de ella. La rechazo explícita y categóricamente. Creo, sin embargo, en la democracia participativa, que está muy lejos del ejercicio electoral y de la política planteada en la toma del poder.
¿Podremos construir una política, aunque sea al interior de la ESPM, que no replique el experimento de la prisión de Stanford? Tenemos que averiguarlo.
*Licenciado en Psicología por la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM), y maestrante en Salud Pública, por la Escuela de Salud Pública de México (ESPM/INSP). Contacto: freudconcafe@gmail.com

