

La reinvención de la soledad
Poco después de la pandemia, luego de haber tenido la fortuna de ver salir sano y salvo a mi padre (aunque con un montón de kilos menos y una barba pronunciada), tras varias tortuosas semanas de internamiento, me puse a escribir sobre él, pues era lo único lógico posible que podía hacer. Cuando reuní una cantidad considerable de ensayos, solicité la tutoría de quien entonces era mi ensayista favorita: Brenda Ríos. Ella me recomendó leer “Retrato de un hombre invisible”, de Paul Auster, pero tras varios intentos por conseguir el texto (que formaba parte de su libro “La invención de la soledad”), me desencanté y me di por vencido. El libro era inconseguible.

Así fue por mucho tiempo, según sé. Pero apenas esta semana, quizás a propósito de que está a punto de cumplirse su primer aniversario luctuoso, me topé de frente con la solapa de “La invención de la soledad”, al lado de una colección prolífica de Auster en una librería. Tras que después de su muerte volvieron a editar todos sus libros, y lo que antes era inconseguible por fortuna está a nuestro alcance una vez más. Así que, sin pensarlo dos veces, lo compré y empecé a leerlo, pues arrastraba una deuda de cuatro años de retraso con él.
No sólo entendí de inmediato por qué Brenda me recomendó leerlo. Además, quedé aturdido al llegar a un fragmento que escribe sobre la muerte de su padre, y cómo la muerte lo cambia todo. La genialidad narrativa y ensayística de Auster es innegable. Al leerlo, pensé en mi padre, y que de no haber sido por la experiencia tan cercana que tuvo (y nosotros con él) con la muerte, no hubiera empezado a escribir sobre él por mucho que venía planeándolo de hace tiempo.
«La muerte lo cambia todo». Y este mes, en particular, ha sido para mí de muchas pérdidas. Falleció un joven sobrino mío, y se fue de este mundo el primer maestro con quien asistí en mi juventud a mi primer taller literario: Francisco Rebolledo. Al igual que en aquella experiencia pasada con mi padre, y cuando sé que la muerte me susurra al oído (“me duele más la muerte de un amigo que la que a mí me ronda”, canta Joaquín Sabina), sé que quiero escribir al respecto de ella y de ellos, pero no sé cómo hacerlo. Por lo pronto, y aunque ambos se merecen un homenaje más grande, Auster me empujó y me invitó a dedicarles mi columna de hoy en esta ocasión con estas palabras improvisadas, a falta de algo mejor que escribir (que ya llegará). Hasta siempre Chris y Paco. Para ustedes este homenaje improvisado. Para ustedes mi eterna gratitud, y mi amor infinito.
*Licenciado en Psicología por la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM), y maestrante en Salud Pública, por la Escuela de Salud Pública de México (ESPM/INSP). Contacto: [email protected]

