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Hay dos bibliotecas: el material, decorativa, subrayada, la que se desempolva, la que crece a expensas de nosotras mismas y a veces presumimos, “sí, claro, acá tengo esta edición in-con-se-gui-ble”. Pero existe otra como pulsión de calle libresca, es un acervo fantasmal como de los que habla Carmen Boullosa en sus cuentos, rondando las orillas mentales de sus personajes poetas, vagabundeando en una libertad a prueba de críticos, de países, de proyectos o malas ofertas que nunca vendimos. Es una biblioteca intangible, portátil, diría Vila-Matas, una babel de nosotras mismas porque “eso lo leí en algún lado, lo dijo tal, lo recuerdo”, pero la fuente ya no existe porque se quedó en alguna mudanza. El tabique o la nube que es ese libro desapareció para que el azar lo acomodara en la biblioteca que sí nos vamos a llevar cuando muramos, la que, como dijo Virginia Woolf, será la prueba de la envidia en el cielo porque a las lectoras no podrán ofrecernos la entrada al paraíso, ya lo habremos habitado, recorrido ese par de bibliotecas. La segunda, empero, marca, es un brillo que arde, quiero decir, una lumbre de antorcha en la formación de las escritoras jóvenes. Descubrirán, como ahora, que hay nombres y obras centrales en nuestro catálogo o marca de agua. “Antes”, de Carmen Boullosa aparece ahí, en el recuerdo grabado quién sabe con qué hierros ardientes junto al Libro Vacío de Josefina Vicens, cerquita de la poesía de Marosa di Giorgio, compartiendo vecindad del espíritu con La Casa en Mango Street de Cisneros o Los cuentos orientales de Marguerite Yourcenar.

Nunca pensé que un día se lo iba a decir a la autora frente a frente: su novela ganadora del Premio Xavier Villaurrutia 1989, me demostró la afirmación de la voz, la verbalidad transformada en oxímoron, los poderes literarios de los que habló en una carta Carlos Fuentes. Y sí, hace más de veinte años, cuando era una aspirante a escritora acomplejada, herida, incrédula de cara a la sueño de la literatura, cuando me colaba con amigas en las fiestas de los escritores en el Distrito Federal de antaño y nos querían seducir, nos decían que el modelo, la pauta, el rastro de sangre, la migaja de Gretel era todo lo que había logrado Boullosa, un Crossover, una palabra rompedora de fronteras no sólo por los premios, sino confirmo ahora, por la desfachatez genial de la libertad y afirmación de su escritura, de esa danza entre un género y otro, de su poesía que comprueba lo que Peri Rossi sostiene, todo verso también puede ser un nido donde la autora deba alimentar a la ficción para que la verdad vuelva empollarse, para que una carta revele lugares de la razón, hallazgos filosóficos, esa bruma zambraniana, ese lugar de la epifanía al que recurrió Rosario Castellanos al decir, “matamos lo que amamos, lo demás, no ha estado vivo nunca”. Carmen Boullosa lírica y epistolarmente le escribe a la fiera imaginada que devora a caperucita como un pretexto, o no, que la conduce a un análisis de la naturaleza de la traición:

Carta al lobo

Querido Lobo:
Llego aquí después de cruzar el mar abierto del bosque,
el mar vegetal que habitas,
el abierto de ira en la oscuridad y la luz que lo cruza
a hurtadillas,

en su densa, inhabitable noche de aullidos que impera
incluso de día o en el silencio

mar de resmas de hojas
que caen y caen y crecen y brotan, todo al mismo tiempo,
de yerbas entrelazadas,
de mareas de pájaros,
de oleadas de animales ocultos.

Llegue aquí cruzando el puente que une al mundo
temeroso con tu casa,

este lugar inhóspito,
inhóspito porque está la mar de habitado,
habitado como el mar.

En todo hay traición porque todo está vivo…

Por ejemplo, aquello, si desde aquí parece una sombra,
¿hacia dónde caminará cuando despierte?
Como fiera atacará cuando pase junto a él,
cuando furioso conteste el sonido de mis pasos.

Así todo lo que veo.
En todo hay traición

…era el camino, lobo,
la ruta que me llevaba a ti…

Escucha mi delgada voz, tan cerca.
Ya estoy aquí.

Escoge de lo que traje lo que te plazca.
Casi no puedes mirarlo,
insignificante como es,
perdido en la espesura que habitas.
Estoy aquí para ofrecerte mi cuello,
mi frágil cuello de virgen,
un trozo pálido de carne con poco, muy poco que roerle,
tenlo, tenlo.
¡Apresura tu ataque!
¿Te deleitaras con el banquete?
(No puedo, no tengo hacia donde escapar
y no sé si al clavarme los dientes
me mirarás a los ojos).

Reconociéndome presa
y convencida de que no hay mayor grandeza que la del
cuello de virgen entregándose a ti,

ni mayor bondad que aquella inscrita en tu
doloroso,
lento
interminable
y cruel
amoroso ataque,

cierro esta carta.
Sinceramente tuya,

                                   Carmen.

 

Esa aparente rendición, ¿les suena? No es tal, relumbra el cuello virgen como metáfora de la voz narrativa de Antes: “Cierto, yo era como esos niños, yo era esos niños y aquí estoy, divorciada de su mundo para siempre. ¡Niños! ¡Yo era lo que ustedes son! Me debo proponer vencer el miedo para empezar a contar mi historia”, en esa aparente vulnerabilidad, en la entrega recae la fuerza de una presa que se fuga y se afirma contándolo, cantándolo. La potencia de esta obra, ergo, está sostenida por una génesis que da por hecho la luz del lenguaje. Siempre que leo a Boullosa asisto a una lección de confianza, de una vacilación imposible, a una escucha selectiva del propio talento, quiero decir, que, si lo sufrió, pulverizó el síndrome de la impostora. Entre muchas otras, incontables razones, por eso la estamos homenajeando hoy aquí. Necesito subrayar que esa afirmación resulta más débil en algunos textos de Castellanos e incluso en cuentos de Inés Arredondo. Quisiera más tiempo para explicar esa configuración del tono, ese aplomo con que la voz aparece, esa, ¿naturalidad?, que paradójicamente refulge en Clarice Lispector, por citar otro ejemplo de complejidad afirmada en un discurso narrativo y que Carmen, nuestra Carmen, también posee escriba lo que escriba. Da por hecho, insistiré, en que la prueba del ácido nítrico de la literatura son los años, quizá más que los premios (y esta autora tiene muchos, prestigiosos, importantes). El resultado, si probamos los libros de Boullosa a lo largo de toda su producción, siempre es el mismo: la poesía revela sus tonos dorados y tostados, la narrativa sus kilates. Una obra con peso a la cual el mercado no le quitó hierro a su sangre; también con la mágica levedad de los clásicos que embrujan, esas páginas que no mueren jamás porque son inquilinas de nuestra biblioteca imaginaria.

Texto leído en el homenaje a Carmen Boullosa dentro del Festival Internacional de Escritoras Primavera Bonita.

*Escritora

Homenaje a Carmen Boullosa

Alma Karla Sandoval