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El 11 de septiembre de 1973, hace ya más de 50 años, el mundo se encontró con la noticia del golpe de Estado en Chile. Las Fuerzas Armadas, encabezadas por el general Augusto Pinochet y con el claro apoyo del gobierno de Estados Unidos, derrocaron a Salvador Allende e instalaron una Junta Militar en el poder. Allende murió en el bombardeo aéreo al Palacio de la Moneda, la sede del gobierno. Se negó a rendirse o entregar el poder.

El golpe de Estado en Chile es uno de los grandes símbolos de la época. Junto con episodios como la Revolución cubana, la resistencia vietnamita o, ya para finales de los años setenta, el triunfo de la Revolución sandinista, Chile ocupa un lugar en esa serie de eventos que marcaron a toda una generación. Sin embargo, a diferencia de esos casos donde se lograron victorias, el golpe contra Allende es un símbolo de represión, una que fue drástica y violenta.

Cada vez más académicas y académicos coinciden en que la historia de esos años se entiende mejor desde una perspectiva global o transnacional. Es claro que, durante el periodo en cuestión, las protestas se hicieron presentes en muchos lugares del globo; pero no sólo eso, también tenían algunas similitudes que vale la pena analizar en conjuntos (sin perder de vista las diferencias y particularidades).

Por ejemplo, era claro que se solía compartir una fuerte presencia juvenil-estudiantil. Allende lo entendía perfectamente y, como persona inteligente y realmente comprometida con la militancia socialista, no dudó en brindar una de sus frases más recordadas: “Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica”.

Así, los movimientos de la época no sólo coincidían en el tiempo, sino que también compartían ciertos imaginarios políticos, formas de actuar y, en muchos casos, relaciones entre sí. Había una sensación clara de estar participando en algo mayor: una “Revolución global”. Se trató de una generación que claramente sentía que tenía la capacidad de influir en lo social y responder a las necesidades particulares de su tiempo. Las acciones que realizaron fue una consecuencia de dicho convencimiento.

Me parece que, paradójicamente, algunas de las divisiones internas en las izquierdas de la época provenían de una similitud: la creencia en la inevitabilidad de la revolución. Esta convicción, que compartían muchos de los grupos movilizados, les hizo priorizar sus propias visiones de cambio social por encima de la necesidad de una estrategia común. Si el triunfo de la Revolución estaba asegurado, entonces lo fundamental era dirigirlo hacia el destino que cada grupo consideraba correcto. Este enfoque, si bien tenía la intención de no caer en un pragmatismo crudo y éticamente cuestionable, terminó debilitando el potencial de unidad.

Uno de los grandes problemas del periodo fue, precisamente, la falta de una estrategia unificada que pudiera coordinar los esfuerzos de los distintos movimientos y organizaciones sociales de izquierda. A mi parecer, el hecho de que muchos creyeran en el inevitable triunfo de la revolución redujo la urgencia de construir alianzas estratégicas que consolidaran el poder popular.

Vivimos en un contexto mundial donde sigue habiendo esfuerzos para construir sociedades más justas. La creación de alianzas amplias y la formulación de una estrategia política que reconozca la necesidad de actuar con coherencia ética, pero sin subestimar la importancia del pragmatismo estratégico, sigue siendo uno de los grandes desafíos de las izquierdas.

Para ir concluyendo, quiero recordar las últimas palabras de Salvador Allende, pronunciadas mientras se desarrollaba el golpe militar. En medio de los bombardeos, Allende dirigió unas palabras a la sociedad chilena, reafirmando su compromiso con la justicia social:

“Quizás sea ésta la última oportunidad en que me pueda dirigir a ustedes. La Fuerza Aérea ha bombardeado las torres de Radio Portales y Radio Corporación. Mis palabras no tienen amargura, sino decepción, y serán ellas el castigo moral para los que han traicionado el juramento que hicieron […] Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen, ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos”.

* Profesor de Tiempo Completo en El Colegio de Morelos. Doctor en Estudios del Desarrollo por el Instituto Mora.