¿El fin del capitalismo o el capitalismo no tiene fin?
A Adolfo Castañón
Como en El jardín de los senderos que se bifurcan, así también vislumbramos una bifurcación en los senderos de la historia que se van dividiendo a lo largo del pasado reciente. La bifurcación responde en la segunda mitad del siglo XX, a una pregunta que marca dos caminos divergentes en las posturas críticas y las prácticas políticas disruptivas de las torpemente llamadas izquierdas. Ambas posturas difieren en sus lineamientos de acción política específicos, de ruptura o de reconciliación ante la dominación hegemónica del modo de producción industrial del capitalismo digital ecocida contemporáneo.
La interrogante puede formularse como una pregunta con dos respuestas con posturas diferentes y mutuamente excluyentes.
- ¿Podemos concebir que el capitalismo tenga un final previsible? ¿Sabemos cómo lograr el tránsito a una era posterior a la explotación del trabajo mediante el salario, y la dominación política de la sociedad por medio de la educación?
- O bien creemos que: ¿El capitalismo no tiene fin? Y por lo tanto, es necesario lidiar con su existencia y dominación para negociar mediante reformas político-administrativas el ir logrando gradual y pacíficamente un “Estado de Bienestar” que, como quería Morelos: “modere la opulencia y la indigencia”. Con el fin de reivindicar a los trabajadores del campo y la ciudad ante la dominación hegemónica de los grupos de poder capitalista.
El reto es doble pues debemos reconocer que es tan difícil imaginar el fin del capitalismo, cómo es igualmente difícil imaginar que el capitalismo no tenga fin.
Esta disyuntiva ha sido claramente señalada por Boaventura de Sousa en su libro: Refundación del Estado en América Latina, (2010). Es necesario esclarecer: ¿si estamos por el fin del capitalismo y el florecimiento de la libertad, la paz y la justicia? O bien ¿Creemos que el capitalismo no tiene fin y hay que pactar con su modo de producción para ir logrando reformas progresivas? Esta última opción es con la que se identifica en México, la actuación del movimiento morena, ahora, en la peor de las acepciones posibles como partido,
El punto de partida ha sido aceptar una convivencia con el modo de producción dominante mediante fórmulas basadas en el keynesianismo, la socialdemocracia, la democracia cristiana, el desarrollismo pactado del “nacionalismo revolucionario”, o bien, el Estado de Bienestar.
Se acepta un modus vivendi operante y funcional con el capitalismo industrial digital ecocida, mientras se dirige la crítica, ya no al capitalismo, sino ahora al neoliberalismo, como distractor chivo expiatorio. Ya no se venera la revolución, sino que se sustituye por la transformación. En particular por la transformación de la vida pública de la nación, como lo demandaba Daniel Cosío Villegas en su crítica del sistema político mexicano en 1968.
Se ha ido formando un nuevo tipo de socialdemocracia mexicana, mediante un deslinde, que no precisamente separación, entre el poder económico del poder político. Mediante la postulación de una filosofía política y moral denominada, humanismo mexicano.
Es una nueva forma de democracia representativa que ya no está asentada exclusivamente en los derechos humanos universales, sino que se basa en el reparto de manera directa y en efectivo del dinero público entre los grupos sociales identificados como más vulnerables. Adultos mayores, capacidades diferentes, madres solteras, jóvenes aprendices.
Curiosamente este programa social para repartir dinero público en efectivo, junto con un modelo de gobierno austero, fue propuesto en artículos publicados en la revista Plural, dirigida por Octavio Paz en la primera mitad de la década de los años setenta del siglo XX, durante el gobierno del presidente Echeverría. Estos artículos fueron posteriormente compilados en el libro de Gabriel Zaid titulado: El progreso improductivo (1979). Es lamentable que desde el poder político del gobierno de López Obrador, no se lea, menos se entienda, reconozca y valore el papel de un humanista mexicano incorruptible y visionario como lo es el ingeniero y poeta Gabriel Zaid y en cambio, en absurda polémica, se desconozcan como: ¿colegas y enemigos?
Es claro que el gobierno de la 4T es también un Estado neodesarrollista que concilia el viejo esquema del nacionalismo económico revolucionario, con políticas públicas para lograr la autosuficiencia alimentaria y energética. Y esto cimentado en la pregonada austeridad republicana. Mientras que se acepta y hasta se presume con ingenuo orgullo y resignada obediencia, la “necesidad” de la inversión extranjera para la reproducción y acumulación de capital foráneo. Así como se respeta el comercio internacional y sus reglas impuestas por las instituciones del capitalismo global. Banco Mundial (BM), Fondo Monetario Internacional (FMI), Organización para la Cooperación y el Desarrollo (OCDE).
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