

Humanismo, la profesión general del hombre
El humanista mexicano Alfonso Reyes nos enseñó con su infatigable ejemplo, que humanistas son los hombres y mujeres conscientes de sus muchas responsabilidades para con la humanidad. En este sentido, ser un médico o un pianista, o un matemático, o un artesano, o un poeta, o un bombero, que está conscientemente comprometido con su trabajo para la humanidad, supone ser en consecuencia un humanista.

Pero la condición de humanista requiere también de una amplitud de miras que nos permitan ser dueños de una cultura, no demasiado asediada, mucho menos dominada, por la especialización excesiva. Nada de lo humano, como escribió el latino Terencio, puede serle ajeno al espíritu del humanista.
José Emilio Pacheco, en una selección de textos escritos por Alfonso Reyes, sobre educación, política y cultura, nos propone, además del acertado título: Universidad, política y pueblo, la siguiente reflexión:
En Reyes la palabra “humanista” define antes que al estudioso de la antigüedad clásica al hombre consciente de sus responsabilidades sociales, aficionado a otras disciplinas que le permitan conocer mejor la propia, ávido en fin de mantenerse al tanto del progreso científico para tratar de que su empleo se encauce en beneficio del mundo. Al advertirnos contra los peligros crecientes de la especialización, Reyes no defiende la superficialidad, el conocimiento ligero de todo y profundo de nada: defiende la profesión general del hombre.[1]
Y si los humanistas Reyes y Pacheco nos advierten sobre los problemas de la especialización excesiva, no es por defender lo superfluo, sino para reconocer la necesidad de la más amplia diversidad de miradas. La multiplicidad de enfoques es un rasgo fundamental a considerar, ante nuestro limitado entender la intrincada complejidad de lo real.

La única manera de ser provechosamente nacional consiste en ser generosamente universal. Responde Reyes en su polémica con Héctor Pérez Martínez, quien le reprocha en 1932 a don Alfonso, el no ocuparse de México y lo mexicano, en su ya para entonces abundante obra. Ser generosamente universal, queda entonces como la tarea permanente en la formación del humanista ocupado y comprometido con su tiempo y circunstancia. Reyes se propone recuperar el humanismo para todos los mexicanos. Combatiendo la creencia de que la tradición cultural es el privilegio de una pequeña clase y que el pueblo es un mero espectador de la cultura. En su Discurso por Virgilio, don Alfonso propone: Quiero el latín para las izquierdas, porque no veo la ventaja de dejar caer conquistas ya alcanzadas.
Nuestro entendimiento de la realidad es cifrado y conformado por el lenguaje, y descifrado por nuestros actos. Somos lenguaje en la medida que entendemos que el decir es una especie del hacer. En algunas ocasiones logramos hacer lo que decimos, pero inevitablemente decimos lo que hacemos con nuestros actos.
La palabra que digo se disipa como polvo con el viento, en el olvido en una difusa sombra. ¿Qué importa la palabra que me nombra / si es indiviso y uno el anatema?, nos recuerda Borges con una interrogante que cada vez que la digo, hacen que su fugacidad me remita a la eternidad de lo inefable. Lo que callo, lo que sueño, lo que olvido. La palabra fugaz con que se nombra cualquier cosa, la hace real mientras se disipa en el polvo y el olvido.
“El decir es una especie del hacer” dice José Ortega y Gasset en su Origen y epílogo de la filosofía, pero ¿qué es lo que hay que hacer? En primer lugar, se trata de evitar la acción caprichosa, esto es, hacer cualquier cosa entre las muchas acciones posibles. Al acto caprichoso que realizamos la inmensa mayoría de las personas, se opone, la difícil disciplina de la autocrítica. Así también como el hábito de la prudencia y la mesura para saber elegir. El saber elegir de entre las muchas cosas posibles, solamente aquellas que son más convenientes en cada situación dada. Dice Ortega:

“A ese acto y hábito del recto elegir llamaban los latinos primero eligentia y luego elegantia. Es, tal vez, de este vocablo del que viene nuestra palabra inteligencia. De todas suertes, Elegancia debería ser el nombre que diéramos a lo que torpemente llamamos Ética, ya que es esta el arte de elegir la mejor conducta, la ciencia del quehacer. El hecho de que la voz elegancia sea una de las que más irritan hoy en el planeta es su mejor recomendación. Elegante es el hombre que ni hace ni dice cualquier cosa, sino que hace lo que hay que hacer y dice lo que hay que decir.”
La inteligencia nos sirve para elegir y establecer sistemas de conexiones regulares entre los elementos de un conjunto, para de esta manera discernir y esclarecer sus relaciones y funcionamiento.
En el orden del espacio propicia la comunicación entre la gente, y eso da paso a un mundo sobre conectado. En la era de las comunicaciones y los sistemas globales. Los contemporáneos podemos comunicarnos con cualquier persona, en cualquier lugar del mundo, en cualquier momento para, irónicamente, no tener nada que decirle, pero eso sí, dedicarnos a engrosar la cartera de los dueños de los diferentes medios.
*www.catedrareyes.org

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Pacheco, José Emilio (comp.), Alfonso Reyes. Universidad, política y pueblo, UNAM, México, 1967, p. 8 ↑
