

El siglo de las luces y las sombras. De La declaración de los derechos del hombre y el ciudadano a la guillotina
El siglo XVIII, conocido como el Siglo de las Luces, marca una profunda transformación intelectual, política y social en la Europa imperial y sus colonias. La Ilustración, fue un movimiento caracterizado por el culto a la razón, el cuestionamiento de las autoridades tradicionales y la búsqueda del progreso de la humanidad. Tuvo como epicentro a Francia, pero sus ondas sísmicas expansivas alcanzaron a otras monarquías europeas, incluida la española, y sus colonias en América. Vamos a analizar algunos de los rasgos fundamentales de este proceso en Francia, su adaptación dentro del absolutismo reformista de los Borbones españoles, y en particular su llegada, con matices y resistencias, a la Nueva España.

Francia: La cuna de la Ilustración revolucionaria
La naciente república francesa fue el corazón palpitante del pensamiento ilustrado. La figura de Voltaire, con su crítica a la intolerancia religiosa; la racionalidad enciclopédica de Diderot y D’Alembert; el contractualismo de Rousseau; y la defensa de la separación de poderes por Montesquieu, definieron un corpus ideológico que socavó las bases del Antiguo Régimen. Este movimiento no fue homogéneo, pero compartía una confianza en la razón como guía del comportamiento humano y en la educación como herramienta de emancipación.
Sin embargo, estas ideas no fueron meramente abstractas: influyeron en reformas administrativas, en la crítica al poder eclesiástico y en la promoción de nuevas formas de sociabilidad (salones, academias, prensa). A fines del siglo, las tensiones acumuladas estallaron en la Revolución Francesa de 1789, evento que, si bien se nutrió de los principios ilustrados, también los llevó a terrenos de violencia y radicalización. La guillotina, símbolo del Terror, coexiste históricamente con la Déclaration des droits de l’homme et du citoyen.
España: Ilustración contra la revolución
En la península ibérica, la llegada de los Borbones al trono tras la Guerra de Sucesión (1701-1714) abrió el camino a un reformismo ilustrado desde arriba. Carlos III, monarca prototípico del despotismo ilustrado, promovió una modernización del Estado sin renunciar al absolutismo. La máxima “todo para el pueblo, pero sin el pueblo” sintetiza esta paradoja.
Las reformas borbónicas buscaron mejorar la administración, aumentar la productividad agrícola e industrial, fortalecer el ejército y reducir el poder de la Iglesia, particularmente de los jesuitas, expulsados en 1767. La Real Sociedad Económica Matritense y otras instituciones análogas promovieron el fomento del comercio, la educación técnica y las ciencias naturales. No obstante, el arraigo de las estructuras sociales tradicionales y la férrea alianza entre trono y altar limitaron los efectos transformadores de la Ilustración española.
La Nueva España: La razón entre la cruz y la espada
En América, y particularmente en la Nueva España, la Ilustración llegó filtrada por el aparato colonial. Las reformas borbónicas intentaron también aquí racionalizar la administración, aumentar los ingresos fiscales y fortalecer el control metropolitano. Se crearon intendencias en detrimento de las alcaldías mayores, se reorganizó el ejército con milicias locales y se promovió el desarrollo científico a través de instituciones como el Real Colegio de Cirugía o el Jardín Botánico de la Ciudad de México.

El pensamiento ilustrado fue adoptado por una élite criolla emancipada que encontró en la ciencia y la historia herramientas para afirmar su identidad frente a la metrópoli. Destacan figuras como Carlos de Sigüenza y Góngora, predecesor del espíritu ilustrado, o José Antonio Alzate, que divulgó conocimientos científicos en sus Gacetas. La Universidad sin embargo, siguió dominada por la escolástica, y la censura inquisitorial limitó la difusión de textos ilustrados, aunque muchos circularon de manera clandestina.
Pero acaso el mayor legado de la Ilustración en América fue la proliferación de la semilla de la conciencia crítica criolla y mestiza. Las reformas percibidas como injustas, exacerbaron tensiones sociales: el aumento de impuestos, la marginación de los criollos en favor de los peninsulares, y el cuestionamiento del papel de la Iglesia prepararon el terreno para las independencias del siglo XIX. En este sentido, la Ilustración no solo iluminó, sino que encendió fuegos difíciles de contener.
Conclusión
El siglo XVIII fue un tiempo de luces, pero también de sombras. En Francia, la Ilustración rompió los cimientos del Antiguo Régimen; en España, sirvió para reforzarlo con nuevos instrumentos; en la Nueva España, sembró ideas que florecerían en clave emancipadora. Aunque cada contexto adaptó las ideas ilustradas a sus propias estructuras, es innegable que el siglo XVIII marcó el inicio de una era donde el poder de la razón desafiaría definitivamente y avanzaría en menoscabo al de la tradición monárquica conservadora. El eco de esos debates resuena todavía en los valores políticos y sociales controversiales de nuestras sociedades contemporáneas.

*Profesor investigador en: El Colegio de Morelos
