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Jasmín Cacheux

Escribo a vuelo de pájaro. Aleteo, aleteo, como una pájara desde la ventana, mientas giro la vista para mirar de nuevo el libro de poesía de Efraím Blanco, Los pájaros que persiguen la luz, publicado por Lengua de Diablo Editorial (2019), en la colección Alma de Gato e ilustrado por el artista mexicano Pablo Peña. No sé, de verdad que no lo sé, dejo al juicio de cada quien, si podría ser más bello este libro. Desde mi saber esto que veo es un artefacto, podemos recorrerlo con las yemas de los dedos, como lo haríamos con las alas de un pájaro; mirarlo, no digo que a los ojos, y encontrarnos ahí, en ese otro vuelo que forman orillas con cada verso.

En las páginas sin número de este libro, va dejando el nido la poesía. Y el poema que da título al libro se tiende suavecito para la lectura comedida:

Los pájaros que persiguen la luz

La maraña de pájaros extraños que te siguen son

colores.

El ocre, el vino, el color de nube

son pájaros como amores que te rodean

que te lucen

que te quieren llenar de besos perdidos.

Amores imposibles que son como pájaros

que son como amores

que son como luces que enmarañan la ruta que

marcan tus ojos

volamos,

hechos colores,

en el silencio de tus pasos.

Érase una vez un pájaro —parece decir el autor—, que luego llamó a otros pájaros a mirar la ciudad de las barrancas, que en bandada levantaron el vuelo para recorrer el país, hasta que al tanto andar, eligieron quedarse muy quietos, con los ojos hacia adentro, hacia eso otro que también es ascenso.

¿Qué hay, entonces, en el vuelo de Efraím Blanco, en su palabra de poeta? Ya lo he dicho, Efraím Blanco es también un poeta, de sobra se sabe de su trabajo en la narrativa, los premios y reconocimientos recibidos, él ha escrito para distintos públicos, con y desde distintos escenarios, pero he aquí que también es poeta, un poeta que responde a su tiempo, a las balas que cruzan el firmamento, a las despedidas de su gente, a la oscuridad de su ciudad, a la sinrazón de la gente que no quiere entenderse, que no puede saberse, que no sabe entenderse y que confunde a cada paso el quiero con el puedo. Y casi como un ruego, escribe:

Una simple

ecuación

Sólo hace falta un instante

que todo se quede quieto

mientras la música sacuda las ramas de los

árboles

y las banquetas dejen de ser fronteras

entonces,

de la nada

sonarán los pasos

gritarán las hojas

seremos más.

Respiro y ya no me pregunto cuántos Efraím Blanco hay por descubrir, porque en el balance, todos van sumando a su escritura, a esa su literatura que va dejando rastro. Claro que recomiendo este libro, claro que me encantaría que tuviéramos este libro en nuestros libreros, pero más en nuestras manos. Dice el poeta Blanco: “Hacen falta /libros con alas/ miradas que alcancen montañas/ y monjas que bailen danzón al ritmo de la tarde.” Ahora mismo no sé si podemos solucionar lo último, pero lo primero sí que podemos, tomando este libro, abriendo muy bien los ojos hasta que la mirada nos lleve a las montañas, que cruce la barranca, que ande por la calle y que regrese hasta nuestro aire.

Gracias, Efraím, por este libro, por escribirlo y por andarlo volando, porque hoy como decía el poeta Pablo Neruda: “(…) soy el pájaro furioso/de la tempestad tranquila.”

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