loader image

 

Destierro

 

En la prepa eras el único que tenía un iPhone y que estrenaba ropa cada semana. Eso, de alguna manera, te hacia popular. Las personas iban a tu salón para pedirte prestado el celular, te buscaban porque los invitabas al cine y les comprabas frappés. Te gustaba hablar sobre libros; leías Kafka, Dostoievski, Foster Wallace, Bauman, Clarice Lispector y Tolstói, pero a ninguno de tus amigos les interesaba realmente tus temas de conversación o ir a visitarte a ese cerro del Álvaro, pasando La Joya. Cuando cortaste con La Güera, empezaste a salir más, a consumir psicodélicos y darle rienda suelta a tu pulsión de muerte. Eras más popular en Grindr que en Facebook. Con el tiempo, se volvió muy difícil ocultar tus desapariciones en casa. Siempre buscabas cualquier lugar para seguir la fiesta, te quedabas al otro día y al otro día, como si no tuvieras razones para llegar a casa. Tu mamá nos llamaba para que te pusiéramos al teléfono, y se escuchaban los regaños hasta el punto de sentirnos incómodos: sabíamos por inferencia, que algo no andaba bien. Poco a poco nuestros amigos se fueron alejando por esa razón. Aunque no vivías con tu padre, él siempre les financiaba todo, a ti y a tu hermana. En unos años, cuanto te graduaras de la universidad, tu familia te iba a comprar un coche. Pero cuando se enteraron de tu preferencia sexual y excesos, dejaste de ser el hijo favorito. Tu familia dejó de prestarte atención e invertir en tus estudios. ¿Por qué una elección tan personal, como la sexualidad, tendría que castigarse con la negación de tu existencia? Cuando dejaste la universidad, empezaste a salir con ese chico del Estado de México que conociste en Grindr. Meses después, te fuiste a vivir con él. Su familia te trataba indiferente, para ellos era normal que te corriera de la casa cada vez que peleaban. Al principio, parecía que tú eras el toxico cuando discutían, pero poco después, confesaste que él te golpeaba. Se nos hacía gracioso cuando decías “me pegó y se sintió como si fuera amor”, “lo quiero mucho, ya cambió”. Sin embargo, ya nos habías agotado de tantas llamadas llorando y de que cada vez lo perdonaras. Nadie se tomaba en serio la situación; era un chiste. Como si no importara solo porque te pasaba a ti, cómo si tus problemas fueran un estorbo. Pasó el tiempo, y en las reuniones, cuando preguntaba si alguien sabía algo de ti, suponíamos que él te había secuestrado y bromeábamos con que, muy posiblemente tu cuerpo estaría en alguna zanja del Estado de México. Ahora, no entiendo cómo alguien tan cercano, nos era tan ajeno; cómo es que el exilio, el desdén y el silencio fueron condiciones para considerarte un amigo, ¿cómo es que la palabra v-i-o-l-e-n-c-i-a, se había hecho tan normal?

*Laboratorio de Contra/Narrativas (CIIHu-UAEM)

Pieza de la exposición «¿Qué has hecho con nuestro cuerpo, que era morada de los dioses?» De María Sosa.

En el Museo Morelense de Arte Contemporáneo Juan Soriano (MMAC) 2023.

 

Jazmin Aguilar