

Asistimos el pasado sábado 21 de marzo, al restorán y centro cultural Papillon, de Cuernavaca, a escuchar un concierto para piano a cuatro manos, a cargo de Deborah y Keiko. El programa especial incluye obras de Beethoven, Schubert, Debussy y Fauré. Mientras inicia su programa, me puse a revisar la cartelera de los últimos fines de semana en Papillon, y debo comentar que se han presentado músicos de todos los continentes, de casi todos los géneros musicales y que, por noticia de Lina, su organizadora, han presentado llenos sus espacios, para bien del ambiente artístico local. Además, con frecuencia hay funciones de cine mudo, acompañado musicalmente al piano con Deborah Silverer, a quien se le reconoce el acierto de hacer las funciones de este tipo, una delicia.
El espacio ha estado abierto también a funciones teatrales y en restorán, continuamente se presentan obras de pintura en sus muros. En conjunto, se ha posicionado este centro cultural al norte de la ciudad de Cuernavaca, no sólo por la diversidad de géneros artísticos a los que da difusión, sino también por sus estándares de calidad en lo que ofrece.

Había terminado la primera pieza interpretada por ellas, en honor al joven Beethoven, cuando advertí que, a mi lado, una señora mayor (que yo), digitaba sobre su pierna, lo que las pianistas interpretaban. Lo hacía con gracia y por lo visto, con conocimiento y enjundia, en las secciones que lo ameritaban. Me dije, en medio del silencio del público, “tengo qué saber de ella”.
El concierto transcurrió con aplausos aquí y allá, muy sentidos, por parte del público hacia las pianistas, que vale mencionarlo, se prepararon durante meses para presentarlo, pues en múltiples partes de las piezas interpretadas, se cruzan sus brazos y manos, se replican series y sensaciones, lo que requiere especial coordinación entre ellas, que suele darse después de ensayar tantas veces. Los torsos de ambas están muy juntos, podríamos decir que no hay un espacio “privado”, que ambas recorren aquí y allá, teclas “de la vecina”, conciertan, arman para nosotros este delicioso programa.
Tuve que esperar al descanso de medio programa para preguntar a mi vecina de asiento, sobre su gusto por la música y el piano. Contestó muy animada: “de niña toqué el piano, hasta di algún concierto…pero me casé, vinieron los hijos…me dediqué a ellos y abandoné el piano”. Quise ir más a fondo y le aseguré que aún es tiempo de recuperarse y volver a tocarlo. Me contesta feliz: Keiko es mi maestra, es una gran maestra, dedicada, muy amable y paciente conmigo, estoy encantada de haber vuelto a tomar piano. Mis hijos me pagan las clases, uno de ellos es músico y toca jazz en España, me ha pedido que no deje mis clases”.
Sin proponérmelo, en mis últimas salidas de Jiutepec, he encontrado en mi camino a personas mayores que o bien han vuelto a practicar alguna actividad artística, o se estrenan en ella, produciéndose el milagro de redescubrirse a sí mismas, y en varios casos, de crear para el mundo aquello que estaba escondido por ahí en sus cerebros, en sus imaginarios, y que por décadas estuvo encadenado, confinado, apachurrado, esperando llegar el momento de su liberación.

Las circunstancias cambian, nuestras habilidades pueden ir cediendo, pero insisto, cualquier persona, por más “adulta” que sea, con los medios a mano para ensayarse como artista, puede que nos dé la gran sorpresa, en alguna rama de las artes. Es hora, siempre es hora, de darnos esa oportunidad, hay que tomarla.
