NARANJA DULCE, LIMÓN PARTIDO
Me sentí muy honrado (y sobrevalorado), y muy contento, cuando leí hace unos días en este nuestro diario un artículo de Fernando González Domínguez que tituló “Cavilaciones sobre qué hacer si la vida te da limones”. Más allá de su generosidad con respecto a mí, me gustó y me ilustró su lectura. Parece ser todo un limonólogo. Y me puso a cavilar sobre los limones que me ha dado la vida…
Cuando adoptamos a Cuernavaca como nuestra matria, hace ya casi dos décadas, teníamos en el jardín tres árboles de cítricos: un naranjo, un toronjo (¿así se dirá?) y un limonero. Los tres nos regalaban sus frutos varios meses al año y lo siguen haciendo los dos primeros, pero el limonero se secó, quizá de viejo. Entonces nos fuimos de inmediato a un vivero famoso que está en Yautepec y allí se nos asignó un guía que nos llevó al área de los limones; había de todas las variedades y tamaños, cada árbol en maceta, con su etiqueta explicativa, necesaria porque no todos tienen frutos cuando llega algún cliente. Escogimos uno ya crecidito, para no tener que esperar años para tener otra vez limones en casa. Era -la etiqueta lo decía más técnicamente- de los que no tienen semilla, que abundan acá en Morelos. Pasaron como cuatro años y jamás dio frutos, pero ¡oh sorpresa!, al quinto comenzó a tener limones en abundancia y ¡todo el año! El vivero tuvo un grave error, muy afortunado para nuestro paladar y nuestro bolsillo. Son unos limones enormes, amarillos, muy jugosos y con semillas, de esos que llaman italianos y más precisamente sicilianos. Son con los que fabrican el delicioso limoncello, allá en el sur de la península itálica. El jugo es delicioso y la cáscara, muy gruesa, también. Cuando tomo un tequila o un mezcal, lo acompaño con un triangulito de ese limón, con sal, y me lo como con todo y la cáscara. ¡Qué maridaje!, dirían los pedantes.
También hago con ellos unos daiquirís frozen sensacionales (con la receta clásica: un tercio de ron, otro tercio de jugo de limón y el otro tercio de azúcar, todo molido con hielo).
Más inocua, hago asimismo una exquisita agua de limón molido: con agua, hielo y azúcar, se muele el limón completo, con cáscara y semillas, y se cuela. Debe tomarse de inmediato, pues si se espera empieza a amargarse.
Por supuesto que con una cuba libre no perdono exprimir un poquito de limón (como bien señala Fernando González Domínguez). Yo soy tradicional bacardiaco, pero ya también disfruto mucho el aromático jamaiquino Appleton State. Un jefe y amigo mío, Adolfo Lugo Verduzco, que llegó a ser gobernador de Hidalgo, tomaba París de Noche y le ponía sus gotas de limón. Otros amigos lo criticaban (yo no me atrevía) y acusaban: “Estás echando a perder el cognac”, pero él se defendía: “Estoy mejorando mi cocacola”. Mi papá inventó el London Night -así le puso-, que es whisky con ese refresco, pero no le agregaba limón. Un amigo en San Cristóbal de Las Casas me enseñó otra receta, que a veces me hago en su memoria: a un clásico highball -whisky, soda y hielo- le pongo una rodaja de limón, como si fuera gin tonic.
Y a propósito de limoncello, en un viaje a Italia con Silvia, lo primero que hice al desembarcar allá fue comprarme una botella de ese rico licor en su tamaño petaquero, y nos la bebimos en un trayecto del tren. Ya vacía, no la tiré, sino que me compré otra botella grande y fui prudentemente rellenando la anforita durante el viaje de varios días.
Cuando yo me quejaba de alguna nueva música que no me gustaba, mi amigo Luis Torregrosa me decía: “Si no actualizas tu oído con la música de los jóvenes, vas a dar el viejazo”, y tenía razón. Hay que tener la mente abierta (y el oído) ante las manifestaciones innovadoras de las nuevas generaciones. Pero me cuesta más trabajo hacerlo con el paladar. Esa costumbre de exprimirle limón a los tacos me irrita(ba). A los de carnitas, a los de barbacoa, ¡qué aberración! Como esa manía de los jóvenes comenzó hace unas tres décadas, resulta que ellos hoy ya son cincuentones y quizá somos menos los ortodoxos que no hemos caído tan bajo.
Los únicos tacos que por tradición llevan limón son los de charales ligeramente capeados que hacen en las riberas del lago de Pátzcuaro, en una tortilla echada a mano y con salsa de chiles secos. También los tacos de pescado o de mariscos de la península de Baja California. Pero todos los demás…
O casi todos… Como estas líneas se titulan Confieso que he comido, no me queda más remedio que admitir un pecado mortal. De siempre soy muy afecto a los tacos de cabeza de res, sobre todo de ojo y de paladar con hueso blando. (La lengua la prefiero a la veracruzana o a la vinagreta y los sesos me gustan a la mantequilla negra o en quesadillas con epazote, cebollita y chile serrano). Pues de tanto ver a la gente ponerle limón a sus tacos de cachete y de trompa, un día lo experimenté. Hoy lo que hago es que después de comerme unos seis de ojo, al séptimo le pongo unas gotas de limón… y así me sigo hasta el final (unos diez o doce tacos).
Sin duda que el paladar va cambiando. A los niños no suele gustarles el café o la cerveza, por amargos, pero con los años van tomándoles el gusto. Yo no le agregaba cátsup a los hotdogs, pero ya llevo algunos lustros poniéndoles un hilito. Hasta hace un par de décadas, mi salsa favorita era la verde de tomate, ahora es la roja de jitomate. En fin, más pronto cae un hablador que un cojo.