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Confesiones ajenas

 

Cuando apareció mi libro Confieso que he comido. De fondas, zaguanes, mercados y banquetas, en 2011, recibí una generosa carta de un amigo muy querido, recientemente desaparecido, el sabio jesuita Jesús Gómez Fregoso, eminente historiador, doctorado en la Universidad de la Sorbona, en París. En el ITESO, en Guadalajara, fue superior de los jesuitas. Me complace presumir que fuimos condiscípulos en la licenciatura de Historia hace más de medio siglo y, más aún, que nuestra amistad era muy cercana, no obstante, las diferencias de edad, de sabiduría y de fe.

La generosa epístola de Jesús, más allá de sus expresiones amistosas que mucho le agradezco, tiene un profundo contenido acerca de lo que podríamos llamar filosofía de la alimentación. Dice así:

“Querido Pepe:

         “Confieso que compré tu libro. Confieso también que lo saboreé sibaríticamente, paladeando cada receta y cada relación. Confieso vergonzosamente que estuve envidiando e imaginando los placeres que mi amigo Pepe Iturriaga ha ido disfrutando en su apasionante existencia. Confieso además que me sentí agradecido por el recuerdo del viaje a la Tarahumara a finales de 1964. Confesaría otras muchas vivencias e imaginaciones y envidias que me provocó la lectura del libro.

         “Confieso también que el verbo ‘confesar’ y el sustantivo ‘confesión’ tienen para mí en este caso el sentido que Agustín de Hipona confiere a esas palabras: ‘confiteor’, ‘confessio’, manifiestan agradecimiento a Dios por sus bondades: alabanza a Dios que nos puso en este mundo maravilloso donde los homínidos, o seres humanos, podemos disfrutar del inenarrable privilegio de disfrutar del buen comer y del bien beber, que no tienen nada que ver con lo que espíritus retrógrados y mal formados llaman gula, actividad que sólo tiene de feo el nombre, porque saborear los manjares es algo de lo más sublime que existe en este mundo sublunar.

         “El libro lo compré en la bella Veracruz y lo leí en los ratos que me dejaba la digestión del robalo a la veracruzana, de la mojarra al ajillo, del pescado a la sal, del cazón al chiltepín, de las picadas, de los panuchos, las glorias y del café de la Parroquia.

         “Un gran abrazo con la confesión respectiva (en sentido agustiniano).

         “Jesús Gómez Fregoso, lejano condiscípulo de Pepe Iturriaga, Insigne Maestro del mayor de los placeres en el arte del buen comer.”

Como presentación del mismo libro, incluí dos poemas que recibí por otro trabajo, pero que me parecieron pertinentes. En primer lugar, una carta rimada de 1998 de mi querido amigo y notable dramaturgo Héctor Azar:

“Para Pepe Iturriaga, agradeciéndole su inefable libro La cultura del antojito:

Cófrade de los goIosos

de antojos, tacos y especias;

démelo en excelencias

de yantares tan sabrosos,

que Lupita San Vicente,

Sahagún y Novo, copiosos

prodigaron a la gente

presta en paladar gozoso.

Tu libro del antojito

-prodigioso silabario

del guisar más exquisito-

me trasladó coyoacuario

a los tiempos infinitos

en que el taco era el sudario

de cueros y de machitos,

montalayos fritangarios.

En desventaja cordial

-nobleza obliga y ataca-

te presento la retaca

que Mariquita frugal

preparó para chamacas

y chamacos del erial

secundario. Una libraca

con tacos de tu tacal.”

Poco después, a propósito del libro de poemas culinarios sudcalifornianos de Armando Trasviña Taylor que me interesaba conseguir, mi amigo el poeta Eduardo Langagne se ofreció a interceder por mí, y así lo hizo:

“A don Armando Trasviña,

sastre del verso prolijo

amablemente le exijo

que me mande, de su viña,

tres poemarios. Que se ciña

al pedido que le hago

pues quiero darle uno al mago

que conoce la cocina:

Pepe Iturriaga. Los tres,

cual bocado de marqués

los pondré en mesa vecina.

Postdata:

Ay, Don Armando

le confieso que leyendo,

siento apetito tremendo

y ya se me está antojando.”

La respuesta de don Armando a Eduardo no se hizo esperar, junto con los poemarios solicitados, y fue de este tenor:

“Con la elegancia en pedir

está la satisfacción de dar

y en la forma de decir

está el halago el enviar.

P. D.

La próxima hinque al ratito

los dientes el apetito.”

José Iturriaga de la Fuente