
MOLE DE OLLA E INTELIGENCIA ARTIFICIAL
El fin de semana pasado, Silvia se fue a la Ciudad de México para ayudarle a uno de los hijos que estaba en plena mudanza. Para despedirla, le hice un desayuno que le recuerda a su mamá, que era de Coahuila, pero siempre vivió en Monterrey, hasta que se casó. Le hice migas norteñas, muy diferentes a las chilangas (oriundas de Tepito). Las norteñas son tortillas de maíz en cuadritos o tiritas fritas hasta dorarse -como totopos- y luego se les agregan huevos, quedando revueltos en el mismo sartén; hice una salsa de jitomate bien picosa y quedaron ricas.
Las migas o caldo de migas tepiteñas son otra cosa, que también hago con frecuencia, asimismo para desayunar: se doran bastantes dientes de ajo y se ponen a hervir en caldo de pollo con epazote y chiles cascabel; se agregan suficientes pedazos de telera o bolillo, que van a espesar el caldo (y absorben mucho líquido, así que debe calcularse que no se seque el platillo). Evidentemente este caldo es primo de la sopa de ajo española, pero sin huevo y el pan sin dorar, amén de la yerba y el chile agregados de filiación mexicana.
A diario, Silvia dispone la comida en casa, sana y nutritiva, pero como ese día no iba a estar, revisé en la cocina qué ingredientes tenía a la mano para preparar la comida (desde luego, con la asistencia de Charito, que es mi brazo derecho). Tenía tiempo con antojo de un mole de olla, así que saqué del refrigerador y la despensa todo aquello que me sirviera para hacer algo más o menos parecido. Encontré un codillo de puerco (no había chambarete de res), varias zanahorias y unas papas. No había calabazas, chayotes, ejotes, xoconostles ni elotes, pero sí hallé chícharos y cilantro. Hice un caldo con la carne, cebollas, ajo y el cilantro, le agregué las verduras y un buen puño de arroz. Le añadí excelente sabor (y color) con unos chipotles adobados molidos (que ya lo acercaban más a un caldo tlalpeño) y se me ocurrió adicionarle unos xoxocotes, esas bolitas de masa que flotan en algunos caldos mexicanos. Mi mole de olla no iba a ser ortodoxo, pero el resultado fue delicioso.
La verdad, no estaba muy seguro del nombre de los xoxocotes, quizás estaba influenciado por nuestra morelense Xoxocotla. Entonces saqué mi celular y, con cierto escepticismo, le pregunté al ChatGPT (de viva voz, sin teclear): “¿Cómo se llaman en náhuatl esas bolitas de masa de maíz que se le ponen a algunas sopas?” Y me sorprendió con una amplia respuesta escrita: no estaba tan errado, pues se llaman chochoyotes, y se explayaba con más información. Por curiosidad, rechequé el dato en mi computadora, en Copilot, y la contestación fue muy similar: “Esas bolitas de masa de maíz que se añaden a algunas sopas se llaman chochoyones en náhuatl. Son típicas en ciertas regiones de México y se preparan con masa de maíz mezclada con un poco de manteca y sal. Los chochoyones suelen llevar una pequeña hendidura en el centro para facilitar su cocción uniforme al hervirse en el caldo. Son un toque delicioso y tradicional en platillos como el mole de olla o caldos regionales. ¡Una auténtica joya culinaria! ¿Has tenido la oportunidad de probarlos?”
Emiliano me había “bajado” ambas aplicaciones a mi teléfono y a la PC. Eso fue un día que nos apantalló a toda la familia. Estábamos en la sobremesa y para mostrarnos de lo que era capaz la inteligencia artificial, sacó su laptop y le dijo a Kenia que precisara las características para solicitar un poema; nuestra poeta pidió un soneto al estilo de sor Juana Inés de la Cruz y con tema ecológico, en una cuartilla. La máquina fue lenta; se tardó unos siete segundos y nos dio el resultado. Cuando Emiliano leyó el poema cibernético se nos enchinaron los vellos de la piel (por la índole de este relato, debería decir que se nos puso la carne de gallina). Era una agradable pieza poética, bien rimada, sin cursilerías y con una clara intención ambientalista.
A mis chochoyotes (fue la opción lingüística que más me gustó) les agregué, además de la manteca de puerco y sal, un poquito de chile serrano picado muy finito.
Todos estos preparativos fueron presenciados por Silvia, que aún no se iba. Medio en broma, me reclamó: “Nada más me voy a ir y armas tu fiesta. Cuando menos espérate a que salga para que no se me antoje”. Pero mi esposa sabe bien que así soy, sin la menor intención de marginarla; y que disfruto mucho más mis incursiones a la cocina cuando estoy con ella, cuando compartimos lo que preparo, y más aún si están los hijos o amigos. Mas, cuando estoy solo, también me consiento. No es raro que cocine una hora o más, aunque sea para comer sin compañía, con algún aperitivo previo y vino a la mesa, y con todas las luces de la estancia prendidas. Incluso, a veces, trabajo hasta muy tarde y a la medianoche, con Silvia ya dormida, voy a la cocina, bar y comedor para iniciar un ritual gastronómico que puede prolongarse un par de horas. Me encantaría compartirlo con ella, pero despertarla sería un peligroso atrevimiento.