Alejandro Herrera I.
No, no voy a hablar del desastre que son las calles de la ciudad, tanto para automovilistas, motociclistas, ciclistas y peatones, ni del desorden en la numeración de las casas. Es obvio, y esperamos el remedio. No. Resulta que el sábado 3 de diciembre pasado murió en su casa de Cuernavaca el pintor, escultor y muralista Rafael Cauduro, de cuya obra hay una exposición en el Museo Juan Soriano de esta ciudad. Y ello me ha hecho pensar una vez más en la poca imaginación de quienes se encargan de dar nombre a nuestras calles. No tengo nada contra nuestros próceres, pero los nombres de Zapata, Hidalgo, Morelos, Juárez y otros tantos no tienen por qué aparecer tantas veces en la nomenclatura de la ciudad. Bien sabemos de sus méritos, y tienen muy bien reconocido su sitio en la historia de nuestro país.
Hay, sin embargo, otros valiosos personajes que han sido ignorados y que vinieron a nuestra ciudad para vivir, para descansar o para morir en ella, y no lo hicieron gratuitamente. La amabilidad de Cuernavaca con su excepcional clima, su gran tranquilidad, su ambiente perfecto para el desarrollo personal y de sus proyectos, han hecho de ella motivo de elección. Tenemos, por ejemplo, a Malcom Lowry, quien aquí escribiría su célebre novela Bajo el volcán. Aquí vivió también el gran sicólogo Erich Fromm, quien vivió en Neptuno No. 8 (¡y resulta que esa calle cuenta con dos números 8!, para recalcar lo que decía) y realizó labor en algunas comunidades. Motivo de orgullo es también Fray Gabriel Chávez de la Mora, quien con su concepción arquitectónica se adelantó al Concilio Vaticano II, en su diseño de la catedral de Cuernavaca, y del monasterio donde Gregorio Lemercier dio impulso a la renovación litúrgica. Y por qué no mencionar también al gran Ivan Illich, un hombre de ideas revolucionarias aún no totalmente comprendidas. Y más cerca tenemos a Jean Robert, recientemente fallecido, quien abogó por un nuevo modelo de ciudad. Son personas con ideas polémicas para algunos, pero todas dignas de consideración, que se fraguaron en un ámbito que favorece la eclosión de grandes ideas.
Y si se quieren nombres cuya labor merece aceptación por un sector mayor de la población, tenemos al gran Rius, quien vivió en Tepoztlán y luego en Cuernavaca. ¿Y por qué no mencionar a la Doña, quien encontraba aquí su refugio y vino a morir en estos lares? Y aquí decidió venir a morir el gran jazzista y contrabajista Charles Mingus a los 56 años en 1979. Hay otros personajes de gran fama, pero de menor valor que han residido aquí. Es a los que han tenido una obra valiosa y que han querido de una manera o de otra a nuestra ciudad, a quienes deberíamos dar un reconocimiento en la nomenclatura de nuestras calles.
En Xalapa hay una calle de nombre Xalapeños Ilustres. Podríamos igualmente tener aquí una calle análoga, pero no limitarnos a los morelenses de nacimiento o por elección, sino dar lugar a quienes han dado lustre a la vida de nuestra ciudad, y cuyas ideas han repercutido de una u otra forma en el pensamiento y vida de varios de los actuales habitantes. Nuestra ciudad no es, como muchas veces se ha dicho, un sitio de tránsito, ni únicamente para un descanso semanal y fugaz. En ella se han desarrolladlo ideas que han tenido repercusión internacional. En un ejercicio de imaginación, quiero pensarme caminando en alguna colonia cuyas calles me recuerden en sus nombres a los personajes que admiro y que dejaron aquí una huella digna de ser seguida y continuada. Nuestros políticos nos harían un gran favor, o más bien harían un gran favor a la ciudad, o un acto de justicia, rediseñando la maltrecha nomenclatura de nuestras calles y avenidas. aherr101@yahoo.com