

Así no Emilia Pérez, así no
Llevo tantos años viviendo en Estados Unidos que, cuando el Cinco de Mayo se acerca, lo veo como una excusa para reunirme con amigos, ir a algún restaurante mexicano, escuchar mariachi, beber margaritas y, con toda seguridad, comerme unos tacos que nunca estarán a la altura de los de mi tierra.

El año pasado, en Cinco de Mayo, ahí estaba yo, entrando en uno de los pocos restaurantes mexicanos que hay en esta parte recóndita del noreste estadounidense. Justo cuando iba a cruzar la puerta, un chico “gringo” salió. Llevaba un sombrero mexicano enorme, de esos que encuentras en tiendas de souvenirs, junto con collares morados y verdes, los típicos de los carnavales en Mardi Gras. Parecía un personaje sacado de una fiesta en la que no supieron decidir si el tema era México o Nueva Orleans.
Yo, que no tengo filtro, solté sin pensar:
—Uy, eso es apropiación cultural —dije, señalando su sombrero con una sonrisa.
El tipo se petrificó. Se llevó las manos a la cabeza como si el sombrero le estuviera chamuscando el cuero cabelludo. Sus ojos reflejaban un terror absoluto, como el miedo a ser cancelado en tiempo real.

Me apresuré a aclarar:
—¡No, espera, no seas bobo! Estoy bromeando, no te lo quites.
Pero el daño estaba hecho. Mi comentario había detonado algo en su interior que seguramente no era nada positivo. Su alivio llegó con un suspiro profundo y una risa nerviosa, como quien sobrevive a un juicio exprés después de hacer un post racista en Twitter.
Nos reímos, me disculpé y cada uno siguió su camino.

Entré al restaurante, pero me quedé pensando en cuántas veces hemos visto una versión superficial de nuestra cultura, reducida a clichés para consumo ajeno.
Si algo define a los mexicanos es nuestra capacidad de reírnos de nosotros mismos, de encontrar siempre el lado bueno de la vida, de reírnos incluso de la muerte. Nos encanta compartir nuestra cultura, nos da orgullo ver a los extranjeros disfrutar un buen taco, bailar al ritmo de la banda, intentar decir «¡No mames, wey!» con un acento de película de Hollywood. Lo nuestro es celebrar, divertirnos y reírnos.
Pero una cosa es celebrar y otra muy distinta apropiarse con la desfachatez de la ignorancia voluntaria—esa que no nace de la falta de información, sino de la arrogancia de creer que no hace falta buscarla.
La apropiación cultural no es que alguien se ponga un sombrero de charro en una fiesta. Es cuando una cultura, generalmente dominante, toma símbolos de otra, los despoja de su significado y los usa para su propio beneficio sin reconocer ni respetar su contexto. Ahí es donde la línea se rompe, donde la celebración se convierte en oportunismo, donde la apreciación se convierte en apropiación.

Y aquí es donde entra Emilia Pérez
Muchos la describen como una historia de lucha, identidad y transformación. Pero después de ver la película y todo el circo que la acompaña, solo veo el mismo cuento de siempre, la apropiación cultural disfrazada de homenaje, el poderoso explotando al vulnerable, el conquistador saqueando sin tregua al conquistado, ahora envuelto en canciones insufribles, discursos progresistas y dolores de vulva como decorado.
Cuando Audiard, el autor y director de la película, afirma que «el español es un idioma de pobres», deja en evidencia desde dónde se está contando la historia. No desde la admiración o el respeto, sino desde una mirada eurocentrista y clasista que reduce nuestro idioma—y, por extensión, nuestra cultura—a una cuestión de clases. Y con ese mismo desprecio, toma la realidad mexicana no para mostrar su riqueza, sino para lucrar con sus heridas.
Porque lo que hace Emilia Pérez no es representación, es caricaturización, es apropiación, es explotación.

Tomaron los dolores más profundos de México—el narcotráfico, la violencia, los desaparecidos—y los convirtieron en un espectáculo vacío.
Así que, queridos productores de cine, si de verdad les preocupa México y su realidad, si quieren hacer arte para crear conciencia, si quieren poner el dedo en la llaga para hacernos reaccionar y entender que tiene que haber un cambio en México, nosotros «aguantamos vara», pero háganlo con respeto, con verdad, con compromiso.
Visiten México, aprendan, escuchen nuestras voces, entiendan nuestro contexto. Pero si lo que buscan es lucrar con nuestras heridas, vaciar nuestro dolor de significado y reducirnos a un circo de sufrimiento para llenarse los bolsillos, se han equivocado de historia, de país y de siglo.
Nuestra identidad no es mercancía y nuestro dolor no es un guion de pacotilla. No somos un accesorio exótico para la industria del cine ni una tragedia rentable para que
unos cuantos coleccionen premios en los Óscar.
Somos una cultura de guerreros, de gente trabajadora que cada día sale a ganarse la vida con dignidad. Por eso nos enfurece ver a un nepo baby francés lucrándose con un esperpento como Emilia Pérez, mientras la realidad que pretende contar sigue desangrándose en las calles.
Algún día, México dejará de ser un país donde el machismo, la corrupción y el narco dicten quién sobrevive con miedo y quién duerme en paz.
Algún día, México dejará de ser feminicida y transfóbico.
Algún día, le vamos a ganar la batalla a los malos, pero no con guiones oportunistas como Emilia Pérez.
Esa historia nos toca escribirla a nosotros, y solo a nosotros.
Imagen cortesía de la autora
