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¿Eres team Cruz o team Montaña?

 

Llevo días con una idea rondándome la cabeza, algo que no me atrevo a compartir con mis amigos, esos que recitan versículos de la Biblia como si fueran canciones de Juan Gabriel en pleno karaoke. No, no estoy juzgando a nadie, solo necesito sacar esta idea de mi sistema. Y hoy me lanzo a escribirlo con la esperanza de que me leas hasta el final y me des, al menos, el beneficio de la duda.

Así que aquí voy: ¿qué pasaría si hemos estado enfocándonos en las frases equivocadas de la Biblia? Esas que, más que hacernos bien, nos pesan. Llámame hereje, apóstata o díscola divina, pero ¿y si nos hemos aferrado a expresiones que están sobrevaloradas? A ver, ¿te suena eso de «todos tenemos una cruz que cargar en esta vida»? Estoy segura de que sí, nos la han repetido hasta el cansancio.

No sé cómo lo viviste tú, pero a mi abuela le encantaba repetir aquello de «esa es tu cruz», seguido de un suspiro profundo, como si cargar una cruz fuera la única manera digna de vivir. Y, por supuesto, su otra favorita: «Dios te da la cruz que puedes cargar», que yo traducía como «toca joderse y aguantarse», como si cargar con el peso del mundo fuera el único camino de salvación.

Jesús dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame” (Mateo 16:24). Y parece que el mensaje está claro, ¿no? La cruz como símbolo de sacrificio, de renuncia a uno mismo, de fe, de aceptar las dificultades de la vida. Pero lo que no entiendo ahora, en mi nueva fase de insurrecta del evangelio, es por qué ni la «Doñita» del catecismo, ni mi abuela me machacaron con otras metáforas que, sinceramente, me parecen muchísimo más potentes.

Porque, si soy honesta, la idea de cargar una cruz siempre me ha resultado inviable. No sé si es porque desde niña he tenido sobrepeso, y pensar en añadirle más carga a mis rodillas me suena a tortura medieval. Hay algo en esa frase que no me cuadra. Y, sin embargo, Jesús subía muchas veces a las montañas a orar, a encontrar claridad, a fortalecerse. ¿Por qué no hay una frase en la Biblia que diga algo como: «Si alguno quiere seguirme, que escoja su montaña y suba a la cima»? ¡Zas! Ahí lo dejo.

No olvidemos que subir una montaña no es moco de pavo, también tiene su propio dolor, sus retos. La montaña no es solo un símbolo de esfuerzo, es un camino de sacrificio, y sobre todo de fe. Fe en que llegarás a la cumbre. Y aquí viene lo curioso: en la Biblia, la palabra «montaña» o «monte» aparece unas 500 veces, mientras que «cruz» solo alrededor de 30. Las cuentas no me salen, y siento que nos estamos perdiendo de algo.

Las montañas tienen un peso simbólico enorme. Son lugares donde suceden cosas grandes, donde se encuentran respuestas y donde el cielo se abre. Piensa en Moisés en el Monte Sinaí, donde recibe los Diez Mandamientos, o en Jesús orando en el Monte de los Olivos antes de su arresto. Las montañas son donde suceden las revelaciones. En cambio, la cruz nos clava en el sufrimiento. La montaña, en cambio, es un ascenso, un lugar de contemplación que te acerca a lo divino.

Entonces, ¿por qué no cambiamos la narrativa? En lugar de decir «es la cruz que me toca cargar», ¿por qué no decimos «esa es la montaña que elijo escalar»? Una montaña propia, que tiene un nombre, un propósito. Tal vez tu montaña sea graduarte, dejar una vida que ya no te sirve, sanar una herida que llevas cargando desde que tienes memoria, alejarte de una pareja tóxica o perseguir ese sueño que has guardado en el cajón de «para después». Bautízala como que quieras.

Y ahora hablemos del elefante en la habitación: la logística. «Toma tu cruz y sígueme», pero vamos a ver, hijo de Dios, aclárame si debo cargar la cruz a cuestas, si puedo arrastrarla… ¿O si es válido ponerle ruedas y llevarla como patineta? Por favor, decirme que no soy la única que piensa que las instrucciones de Jesús son más crípticas que el manual de los muebles de IKEA.

El concepto de cargar una cruz me parece ajeno. En cambio, si pienso en escalar una montaña, es algo que me resulta más familiar. Llevaría agua, unos zapatos cómodos, un GPS (porque nunca fui a los Boy Scout), y, por supuesto, mi teléfono, por si necesito pedir ayuda. Porque cuando escalas, hay momentos en los que crees que no puedes más. Aunque la fe es básica, a veces lo que necesitas es llamar a un amigo, a un familiar, a tu terapeuta o al 911, para que te ayuden y poder seguir tu camino. Pedir ayuda no es debilidad, es supervivencia.

Me gusta pensar que Jesús subía a la montaña porque no es lo mismo estar abajo, al nivel del suelo, que ver la vida desde lo alto. Cambiar la perspectiva. Y porque sabía que, desde la cima de la montaña, las cruces se ven chiquitas, lejanas e insignificantes.

Hace unos años decidí decorar mi cruz. Le puse ruedas y la grafiteé, pero sigue siendo un peso muerto. Mi montaña, en cambio, está viva. Y si la vida es un viaje, yo elijo la montaña. Porque al final, no somos solo lo que sufrimos. Somos lo que aprendemos, lo que superamos, y lo que descubrimos cuando nos atrevemos a subir más alto. Cuando, desde la cima de la montaña, miramos el horizonte, sabiendo que hemos dejado atrás el peso que nos anclaba y, por primera vez, vemos con claridad todo lo que siempre fuimos capaces de alcanzar.

Yo soy team montaña.

Imagen cortesía de la autora

Elsa Sanlara