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«De vez en cuando di la verdad para

que te crean cuando mientes»

Jules Renard

Cuenta Rodrigo Fresan, escritor argentino, que una de las experiencias más extremas que ha vivido le sucedió cuando un “lector” le dijo que no leía ficción porque no le gustaba que le mintieran. El argumento parece no dejar una mínima grieta por donde rebatirlo, pero sólo si aceptamos que la ficción es el ejercicio de la mentira, lo cual es una reverenda mentira. La ficción es otra forma de la realidad, de la misma manera que la realidad es otra manifestación de la ficción. Para alguien como Rodrigo Fresan, que ha dedicado su vida a crear mundos que no necesariamente son reales, la mentira no es esa práctica que tan bien domina buena parte de la humanidad, y que en algunos casos sostiene imperios.

Buscando detalles de lo que para Fresan es la mentira, y en un intento de ilustrar esa faceta maravillosa que tiene la mentira cuando no es cómplice de las patrañas, me encontré un par de sus reflexiones al respecto:

“La capacidad de mentir es, segura y definitivamente, lo que separa (salvo en las películas de Walt Disney) al hombre del animal. Y a lo largo de la historia, el ser humano ha conseguido elevar cierto tipo de mentira a la categoría de bellísima y auténtica arte. Una mentira verdadera –algo que en principio no es cierto pero que acaba adquiriendo y ganándose la gran medalla a la realidad incontestable– son esos contados cuentos perfectos”.

“Hay una anécdota de Forster que a mí me gusta mucho. Creo que está discutiendo con Isherwood y que éste le dice que tiene que enfrentarse a los hechos. Forster le contesta que no puede porque la realidad es una habitación con cuatro paredes y que él es capaz de ver una, las otras dos por el rabillo del ojo y la de atrás para nada. La verdad es que uno siempre está viendo partes y con esas partes intenta hacer su construcción, su relato. Es el caso típico es el de los matrimonios. Cada miembro de la pareja tiene su versión de la vida en común y a veces es mejor no enterarse siquiera de lo que piensa el otro porque podría ser tremendo. Así pasa con todo. Cuando haces memoria, eliges y cuando eliges, inventas y cuando inventas, escribes.”

Pero, volviendo a ese lector que se priva de leer ficción porque no le gusta que le mientan, me pregunto lo maravilloso que sería poder ausentarnos del mundo si no nos gusta que nos mientan. Eso, de inmediato, me hace pensar que una de los pocos caminos que tenemos para lograrlo es, precisamente, la lectura de ficciones.

En un planeta donde la mentira, cada vez más, gana terreno y ya no necesita disfrazarse de verdad, lo más sensato sería que todos esos valores que alguna vez trataron de edificar un mundo mejor, fueran sujetos a una profunda revisión, de tal manera que sus nuevas definiciones reflejaran plenamente lo irracional de nuestra comarca planetaria. Aceptemos que es más fácil modificar las definiciones de mentira y de los valores éticos (justicia, libertad, respeto, responsabilidad, integridad, lealtad, honestidad, equidad, por ejemplo), que hacer del mundo ese lugar que se creyó posible, y que finalmente ha resultado ser una utopía.

Estas reflexiones no son, para nada, edificantes. Tienen tufo de desolación, amargura, derrota y profunda tristeza. Pero no es para tanto. Es sólo un tango del genial Enrique Santos Discépolo:

“Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé / En el quinientos seis y en el dos mil también / Que siempre ha habido chorros, maquiavélicos y estafadores / Contentos y amargados, valores y doblés // Pero que el siglo veinte es un despliegue / De maldad insolente, ya no hay quien lo niegue / Vivimos revolcados en un merengue / Y en un mismo lodo todos manoseados // Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor / Ignorante, sabio, chorro, generoso, estafador / Todo es igual, nada es mejor / Lo mismo un burro que un gran profesor”. (Cambalache, 1934).