Sesenta hectáreas del paraje entre los municipios de Tepoztlán y Tlayacapan se quemaron, al parecer, por un descuido en alguna celebración del Día de la Santa Cruz el tres de mayo, fiesta que han adoptado como propia los trabajadores de construcción en México.
Desde luego, una fiesta popular en nuestro país no lo es si no se adorna con insistente y peligrosa pirotecnia, hecha y manejada por personas más entusiastas que conscientes del gran riesgo que representa el uso de pólvora y fuego en comunidades llenas de niños y rodeadas de vegetación secas por el estiaje.
Ya lo sabemos: alrededor del 99 por ciento de los incendios forestales son provocados por el ser humano y la pirotecnia es una de las principales causas de incendios forestales en todo el mundo.
Cuando se utilizan en áreas cercanas a bosques, praderas o zonas naturales, los dispositivos pirotécnicos pueden generar chispas o brasas que pueden encender rápidamente el material vegetal seco. La mayoría de las veces, las personas que manipulan estos productos no son conscientes de que una sola chispa puede ser suficiente para iniciar un incendio forestal de proporciones catastróficas.
Como lo estamos viendo, pues este incendio aún no se controla del todo, una vez que se inicia un incendio forestal, puede propagarse rápidamente debido a las condiciones secas y ventosas, como las que hay en la zona.
Así, la pirotecnia también puede causar daños a la fauna silvestre, afectando a especies animales que dependen del bosque para sobrevivir. Los incendios forestales pueden destruir hábitats enteros, matar animales y reducir la biodiversidad de toda una región.
Pero, aceptémoslo: los mexicanos no podemos celebrar nada sin espantar a los perros con los estallidos de sonido y luces. La viajera escocesa Frances Erskine Inglis, mejor conocida como la Marquesa o Madame Calderón de la Barca, aseguraba que, ya en el México de 1842 que ella conoció, la manera favorita de conmemorar cualquier acontecimiento, tanto de día como de noche, era con cohetes y petardos.
Y ya que parece ser que no podemos vivir sin lanzar cohetes, de adornar nuestras fiestas con su necesaria “contextura visible”, de la que hablan los enterados, deberíamos cerciorarnos de que no se produzcan accidentes como el reciente de Totolapan en donde estalló un polvorín hace algo así como un mes y, ahora, con la lamentable pérdida de parte de nuestros preciosos árboles y bosques.
Debemos evitar que los fuegos festivos se conviertan en fuegos fatuos, como fantasmas que atestigüen lo que alguna vez fue y que perdimos por no saberlo cuidar.