Cuánto y hasta dónde podemos deformarnos, para caber en la mirada de los otros. Cuánto Botox, cuántas fajas, cuántas dietas, cuánto y hasta dónde se nos «permite amarnos » si no cumplimos las expectativas de belleza patriarcal, cuál es el tamaño perfecto de uñas, pestañas, senos, glúteos postizos para ser aceptadas. No recuerdo cuál fue la primera frase que me hizo saber, que no era lo suficientemente alta, delgada o bonita, desde la infancia, hasta ahora a mis 45 años, siempre hay una persona patriarcalizada comentando sobre mi forma de vestir, de comportarse, “eres bonita, pero no te arreglas”, “ no eres gorda, pero no te vendría mal hacer ejercicio” de tal modo que desde la infancia, me enseñaron a no gustarme, a sentirme insuficiente, instalaron en mi cabeza la patriarcal idea, de qué; no importaba como me soñaba yo, si ese sueño no correspondía al estereotipo, no satisface a otros, si ese sueño no complacía en un mundo donde las mujeres vivimos sujetas a la ley del agrado, uno que nos imposibilita la tarea de amarnos, y nos condiciona a odiar nuestro cuerpo, nuestras canas, nuestras arrugas, nuestra celulitis, y peor aún nos instala el miedo a envejecer, puesto que en los cuerpos femeninos, envejecer es volverse un fantasma, una sombra, una cosa invisible que ya no tiene espacio en los “escaparates”. Imagine entonces que un día, puedo clonarme, romper mi columna vertebral arrojar con dolor una versión de mí, joven, con toda la potencia y las posibilidades de hacer las cosas diferentes, casi todo, menos amarme, aceptarme.
Eso sucede en la película de body horror “la sustancia” la protagonista se clona en una versión joven, pero con la misma estructura de pensamiento patriarcal, buscando la aprobación y el amor de losotros, esos otros que la han humillado y cancelado por envejecer, porque no solo se clonó en un cuerpo de la mitad de su edad, con la piel tersa y “cada parte de su cuerpo en su lugar”, se clonó con sus cincuenta años en la memoria, cincuenta años de verse cada día al espejo y vivir con miedo a desaparecer, a no agradar, a no ser amada. La sustancia, para mi gusto es una película que ilustra el terror de enfrentarnos al espejo desde la desnudez, sin maquillaje, sin ropa, solo una frente a sí misma, ese terror que nace de la mirada de los otros, y el ruido perturbador con que nos lo grita el espejo, frente a una industria que nos ofrece de todo, salvo, reinventar la idea de las bellezas, del respeto a las cuerpas de las otras.
No puedo decir que sufrí al verla, soy fan de las películas de terror, de entrañas coloreando el piso, de seres deformes persiguiendo un alma para poseerla, pero viví una conexión, una desesperación, una familiaridad que me dolió, me hizo sentir impotente, cercana a la soledad, al desamparo, y la gran necesidad de sobrevivir a la violencia con que se nos ha tratado históricamente a las mujeres, desde el arma más poderosa que han tenido los imperios patriarcales, odiarnos a nosotras mismas un odio que pareciera solo cosa nuestra, y no lo es, es cultural, sistemático, histórico nos han enseñado a auto-humillarnos y despreciarnos cada día de nuestra vida, a solas o con público, en lo íntimo o en lo público, en la industria del cine o la televisión, en el bajo mundo de las redes sociales o de tik toks, es decir en la totalidad de este mundo pornográfico y pedófilo lo mismo en la industria del entretenimiento que en el mundo del “amor romántico” (que dicho sea de paso, la película lo retrata de manera limpia) cuerpos a disposición, cuerpos como repositorio de fantasías masculinas, cuerpos como carne, no es necesario hablar, pensar, las mujeres bonitas no necesitan pensar, lo único que deben hacer es no dejar de sonreír y ser complacientes. Y si es necesario convertirnos en un monstruo, deforme, ya sea a través del bisturí o de las nuevas drogas de “belleza” como el Ozempic, que alteran el cuerpo de sus usuarios, lo que sea necesario, aunque estemos a punto de explotar, de ver salir por nuestra boca, nuestro corazón, o pulmones, o un cuarto o quinto seno, no importa, la consigna aquí es no envejecer, no dejar de ser la “princesa en el reino del agrado”, sin importar cuánto daño y dolor, no importa si en el proceso nos matamos a nosotras misma en la tarea de rendirnos a la hegemonía masculina de la belleza.
Pero hablemos de los monstruos de La Sustancia, tenemos al cerdo, un hombre decadente nada agraciado sin ningún talento visible, salvo ser hombre el director de televisión, el personaje de Dennis Quaid, quien es el director de la cadena de televisión, un ser detestable, que junto a un grupo de hombres también sin talento alguno, miran a las mujeres como objetos, cosificándolas y explotándolas sin tener idea de la violencia que ejercen cotidianamente, citándose unos a otros, presumiendo que una mujer u otra son “su creación” una película llena de variados y patéticos Víctor Frankenstein
Es una película vacía de sororidad y de ternura, sí, es una película feminista, no lo sé, me parece que le falto, puesto que pone la responsabilidad del uso de la sustancia o la obsesión de no envejecer, en la protagonista, por lo que es castigada, humillada y maltratada, por una supuesta obsesión sin sentido, cuándo no es así, cuándo históricamente valíamos por himen intacto, no por nuestro pensamiento o talentos, que somos “evaluadas” por nuestro físico y no por nuestra potencia creadora y creativa, no, la protagonista no llegó sola a esa obsesión a ese terror de envejecer, llegamos todas ahí por un condicionamiento histórico que de ser incumplido tendrá consecuencias, no me parece feminista puesto que la responsabilidad y la violencia ejercida no recae en quien debería ni hace crítica clara del sistema, lo que sí sé es que es un tema importante de abordar, Amalia Varcárcel señala que las mujeres son herederas de una gran cantidad de contenido cultural que no está hecha para nosotras pero que entendemos a pesar del conflicto interno que eso provoca y se debe a que lo que vemos está marcado por la mirada del hombre, a pesar de que las mujeres también habitamos el mundo, es por eso que debe haber un ajuste más allá del político.
Le he mencionado el término acuñado por la catedrática Amalia Varcárcel que explica este peso que cargamos las mujeres como la “ley del agrado”, la cual consiste en que toda mujer es educada en el agrado, es decir en satisfacer al otro. Exige a las mujeres silencio, obediencia, cuidado. Así mismo, Amalia expresa que esta ley del agrado ha persistido al paso del tiempo y que ha evolucionado de acuerdo a los contextos y tal vez, solo talvez puede ayudarnos a entender, supongo yo, la propuesta de la directora Coralie Fargeat en La Sustancia, que; dicho a modo de postdata, no impacta igual a las mujeres espectadoras que a los hombres, si va a verla, ponga atención, muchas risitas masculinas, mucho sabroseo a las protagonistas, mucha desconexión, pues a ellos por el contrario de nosotras, les convencieron que entre más envejecen se vuelven más interesantes, ¿le cuento un secreto? El atractivo desde esta frontera feminista, nada tiene que ver con las canas o los años, mucho tiene que ver con la inteligencia emocional, la capacidad de transformar y crecer, con el talento de vivir siendo amorosos, honestos y felices. Nada más sexi que las personas que han escapado de la ley del agrado y avanzan en la tarea de despatriarcalizar la cama, los cuerpos, la vida, los sueños.